En las últimas décadas se está produciendo en todo el mundo una clara revisión de los paradigmas o modelos en los que se han asentado tradicionalmente las instituciones que “garantizan” nuestra convivencia en sociedad. Sólo que como todo cambio implica algún tipo de pérdida y eso provoca en los seres humanos resistencia lo mismo sucede con las instituciones de cualquier tipo: religiosas, políticas, económicas, científicas, educativas, legislativas, sanitarias, etc. A fin de cuentas, cuando las bases se resquebrajan surge el miedo y su consecuencia directa es la inseguridad. La mejor defensa es, entonces, negarse a los cambios. Evidentemente es un momento especialmente peligroso porque se produce una reacción natural para mantener lo conocido a toda costa. Se queman los últimos cartuchos para intentar potenciar ideologías que agonizan, filosofías muertas, jerarquías obsoletas, estructuras ya inservibles... y vuelven a aparecer los viejos y rancios modelos.
Se prepara así el caldo de cultivo para la confrontación pues el movimiento emergente y pujante de “lo nuevo” choca –a veces con violencia- contra la resistencia de los que intentan mantener su estatus, sus ideas, su poder... todo aquello que poseen. Hablamos de las viejas fuerzas del poder económico, financiero, industrial, tecnológico y científico, por un lado, y del fanatismo religioso, por otro. Bastones de apoyo de un mundo viejo y caduco que se resiste a desaparecer y que suele tener a su servicio la mayoría de los medios de comunicación, los recursos económicos, el poder tecnológico y, además, la “visión” del mundo que controlan. Casi siempre sustentado por personajes que se consideran “líderes” -una condición que los demás aceptanen razón de su carisma o de su poder- y que intentan agrupar en “sus” filas a los demás.
UNA GUERRA ENTRE BANDOS DEL MISMO SISTEMA
Pues bien, en estos momentos estamos asistiendo a una guerra desproporcionada y cruel –toda guerra lo es- que está patentizando esas viejas formas de hacer... en los dos bandos. Una guerra donde la desconexión entre los dirigentes políticos y el pueblo al que teóricamente sirven es evidente. Es más, con ella han reaparecido los antiguos clichés y algunos líderes políticos, alimentados por la soberbia y la egolatría, se creen portadores de ideas y soluciones que “salvarán” al mundo de los múltiples peligros actuales... mediante la fuerza y el control.
Por una parte, hallamos a quienes defienden el “status quo” y los intereses económicos de quienes gobiernan el mundo -necesitados de reactivar la economía y acostumbrados a guerrear lejos de su territorio- que manipulan sin vergüenza alguna a la opinión pública y presionan y coaccionan a otros pueblos para buscar alianzas y apoyos.
Y, por otra, a otro tipo de dictador que utiliza métodos distintos para el sometimiento de su pueblo basado directamente en el terror, el asesinato y la falta de libertad y que sustenta su poder en una educación enajenante disfrazada de religión que predica un “más allá” glorioso para poder sobrevivir a un “más acá” absolutamente insufrible e injusto.
Se trata de dos modelos diferentes, sí, pero ambos igualmente obsoletos porque a ninguno de ellos les importan las personas. Todos están dispuestos a sacrificar vidas humanas –las de otros, por supuesto- con tal de hacer prevalecer sus ideas, su sistema de vida, sus creencias o su ideología. En suma, ambos representan modelos agotados que es necesario sustituir por otros. Porque el hecho de que los dirigentes políticos hayan sido elegidos democráticamente no tiene importancia desde el mismo momento en que se niegan a escuchar la voz de quienes les votaron y ahora dicen -una y otra vez- que no están de acuerdo con las decisiones que toman.
Hoy, si uno habla de la masacre que lleva padeciendo desde años un pueblo hambriento y diezmado por el embargo y de las condiciones de vida que soportan, si hablas de las víctimas civiles provocadas por los “errores”, de los niños y mujeres mutilados o muertos, de sus humildes casas destrozadas, de la miseria que les rodea... eres acusado de ser pro-iraquí. Y si lo haces de la barbarie de un líder político dispuesto a sacrificar a cualquier hombre, mujer o niño de su pueblo que se oponga a sus deseos y decisiones, de la injusticia social, de la falta de libertad de la gente, de la negación de los derechos más elementales -salud, educación, vivienda, comida...- eres acusado de ser pro-americano.
Sin embargo, es posible condenar las dos posturas sin ser ni lo uno ni lo otro. Lo que aquí está en juego va más allá del color de la piel, del nombre que cada uno dé a su dios o del lugar del planeta en el que haya nacido. Aquí se están enfrentando dos concepciones de vida igualmente reprobables porque ambas niegan derechos fundamentales del ser humano.
¿Han preguntado Bush, Blair o Aznar a quienes representan si queremos el nuevo orden mundial que quieren imponer? ¿Quién les ha elegido para “liderar” algo así? ¿Por qué han decidido invadir un país con la excusa de que lo están liberando? ¿Creen de veras que las sociedades que dicen “representar” van a aceptar mansamente cualquier decisión suya sabiendocómo desprecian la vida humana? Es más, ¿se creerán sus propias mentiras? Probablemente, sí; porque, de lo contrario, la contradicción interna sería tan tremenda que aunque pudieran mirarse al espejo sin pestañear no podrían mirar de nuevo a los ojos de las personas con las que se crucen en el futuro.
NO NECESITAMOS LÍDERES
Hubo un tiempo en que parecía que los líderes eran necesarios. Etapas de nuestra historia o de nuestra vida personal en las que parecía que el ser humano tenía que aprender lo que significaba ir detrás de alguien que le atraía por su carisma, su poder, su fuerza o sus ideas. Y la experiencia fue reveladora porque, al cabo del tiempo, siempre ocurría lo mismo: el líder se rodeaba de su propio egregor, admitía sólo a aquellos que le eran afines o estaban dispuestos a obedecerle ciegamente, se colocaba en una burbuja que le aislaba de todo, se retroalimentaba de sus propias ideas y terminaba, como las ostras, comiéndose sus propios desechos.
El “líder” siempre termina desconectándose de quienes le eligieron y, a partir de ese momento, en sus decisiones ya no prima el interés común por encima del personal. Los halagos y su falta de autocrítica le hace llegar a creer que su “visión” es la mejor, la más avanzada, la que se necesita... y que, simplemente, los demás no la “ven” aún porque no saben tanto como él.
Bien, ¿hasta cuándo vamos a seguir dominados por “líderes” políticos, religiosos, económicos o de cualquier tipo? ¿No es el momento de entender que los seres humanos no necesitamos líderes? Y es que la batalla que hoy se está librando en las calles de todas las ciudades del mundo no es sólo contra la guerra. El actual movimiento mundial demuestra que ni los jóvenes están dormidos -como se decía-, ni hay ausencia de ideales en su horizonte, ni son tan fácilmente manipulables como se pensaba.
La injusticia -máxima expresión de esta guerra- ha hecho que por primera vez hayan salido a la calle a caminar juntos en todo el mundo ancianos, adultos, jóvenes, niños, militares, amas de casa, obreros, patrones... personas, en suma, de todo el espectro social. Y que, como un río humano, han discurrido dispuestos a dejarse oír, a decir que los votos que un día otorgaron no eran un cheque en blanco incondicional e intemporal.
Estamos aprendiendo grandes lecciones en estos días en que es difícil mantener la serenidad. Es obvio que hemos vuelto a elegir el camino del dolor para aprender. ¿Cuándo sabremos hacerlo por comprensión?
A veces es necesario que en un organismo surja algo tan agresivo que esté a punto de provocar la muerte porque es entonces cuando se produce una reacción integral del cuerpo que se pone en marcha para activar todos los mecanismos de reacción y defensa. Y me pregunto si no estaremos ante un fenómeno social similar...
He oído decir que cuando algo no está funcionando de forma coherente en nuestra vida el “síntoma” nos susurra para que cambiemos; si seguimos empeñados en el mismo posicionamiento el cuerpo nos habla; y si continuamos sin hacer caso y sin tomar las medidas oportunas termina entonces por gritarnos, es decir, somatizando una dolencia grave en la que nuestra supervivencia se pone en juego.
Bueno, pues a nivel social ocurre lo mismo. A veces suceden cosas que nos hacen mover la cabeza con desaprobación pero seguimos haciendo lo mismo sin darle importancia e intentando mirar hacia otro lado. Entonces se produce algo de mayor envergadura y escuchamos a otros que expresan lo que nosotros callamos y en nuestra conciencia empieza a dejarse oír. Y si no hay modificación en nuestra actitud se termina produciendo “el grito” en forma de algo terrible, como es el caso de esta guerra.
En suma, el “cuerpo social” está reclamando hoy nuestra implicación y participación en todas aquellas cosas que afectan a la supervivencia del ser humano, del planeta que nos sirve de soporte y del derecho a la libertad en todas sus expresiones.
Tenemos, en definitiva, una espléndida oportunidad para madurar. Quizás esa “masa crítica” que se empezó a mover hace algún tiempo y que algunos empiezan a identificar como el verdadero poder del pueblo esté en sus primeros momentos de gestación. Quizás el ser humano haya ido adquiriendo en las últimas décadas una consciencia diferente dándose cuenta de que ha recorrido un camino de liberación que le ha costado mucho. La sociedad lleva años intentando sustraerse a la manipulación de las instituciones que le amparan desde su nacimiento, años buscando su propio rumbo descartando ideas aquí y allá, eligiendo y aprendiendo de sus errores, rectificando su trayectoria una y otra vez para sentirse vivo y partícipe en el mundo.
Antes las cosas eran para toda la vida, ahora no; ahora hay siempre posibilidad de cambiar, de rectificar, de abrir nuevos surcos por donde discurrir. Puede que antes necesitáramos líderes pero ahora estamos en disposición de establecer relaciones más horizontales, de practicar la cooperación, de identificar las potencialidades y la función que cada uno puede desempeñar, de mantener el orden y la armonía entre los pueblos utilizando la educación y el conocimiento de la propia cultura y de la de los otros. Educar para la paz, para el progreso, para la justicia social, para el respeto a las diferencias valorándolas como un activo que nos enriquece y no como un obstáculo que nos separa.
La evolución de nuestro mundo, si está basada en el control o en la fuerza, está condenada al fracaso. Es el momento –como nos enseña la Física Cuántica- de ensayar la unión de elementos que vibran en la misma frecuencia. Porque si se consigue el número suficiente de esos elementos –la llamada “masa crítica”- el cambio de todo el tejido social estará garantizado.
Asistimos a momentos históricos, fundamentales, en los que el ser humano busca desesperadamente horizontes más amplios donde manifestarse. Su vida ya no cabe en un espacio limitado y condicionado por líderes sino que exige ejercer su libre albedrío porque necesita proyectarse hacia el universo exterior. Y eso, que podrían parecer grandes palabras sin consistencia o aplicación práctica, se traduce en la vida cotidiana en una necesidad irrefrenable de independencia, libertad, justicia social, implicación, tolerancia, globalidad, diversidad multicultural y espíritu de servicio.
María Pinar Merino
sábado, 17 de julio de 2010
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