domingo, 25 de julio de 2010

APRENDER POR COMPRENSIÓN O POR DOLOR

Dicen que el ser humano tiene dos caminos bien diferenciados para aprender: el primero es el de la comprensión y el segundo el del dolor. Y qué duda cabe de que conscientemente todos elegiríamos el primer camino, aquel que nos permitiera afrontar los aprendizajes y las vicisitudes de la vida con comprensión y aceptación, integrando las experiencias y transformándolas en conocimiento. Sin embargo, la mayoría no somos capaces de vislumbrar ese camino y casi siempre optamos por el contiguo, ese que nos lleva a estrellarnos contra las situaciones, a perdernos entre las múltiples bifurcaciones que surgen, a que nos arrollen los acontecimientos... Y todo ello, en buena medida, se lo debemos a nuestro mundo emocional.
Las emociones pueden nublar el entendimiento y oscurecer la razón impidiéndonos valorar adecuadamente los pocos parámetros que manejamos a la hora de tomar decisiones.
El remedio perfecto ya nos lo apuntan todas las tradiciones y filosofías desde tiempos remotos: escuchar al corazón, prestar atención a lo que nos dice ese órgano al que adjudicamos la generación de sentimientos. Pero para llegar a él tenemos que atravesar el mar proceloso de las emociones que, contra lo que muchos pueden pensar, proceden de la parte más sutil de nuestra mente, el subconsciente, ese gran desconocido núcleo generador de nuestras pasiones y que se manifiesta fundamentalmente a través del hemisferio derecho de nuestro cerebro.
¿Y cómo es ese proceso? Veámoslo someramente: primero recibimos un estímulo, una percepción física a través de nuestros sentidos, o bien, tenemos un proceso mental. Esa información pasa directamente a la zona del córtex correspondiente. A partir de ese momento se desencadenan toda una serie de procesos físicos y nerviosos en los que intervienen las glándulas pituitaria -o hipófisis- y pineal -o epífisis- entre las cuales se establecen estímulos y descargas. Todo ello se produce en el área del hipotálamo.
La información recibida se traduce y canaliza a través de dos vías: por un lado, la energía nerviosa actúa sobre las dos glándulas para que segreguen una serie de hormonas que se distribuyen por el torrente sanguíneo para producir emociones y sus correspondientes manifestaciones físicas. Por otro, la energía mental viaja a través de las cisuras del córtex excitando la parte derecha y occipital del cerebro, que corresponde al área que rige el subconsciente. Y es allí donde se “procesa” la información recibida.
El subconsciente funciona como un gran banco de datos de fácil acceso. Allí están almacenados recuerdos inconscientes de experiencias muy antiguas –algunas escuelas de Psicología Transpersonal que admiten la reencarnación vienen a llamar a esa información memoria perpetua y afirman que allí están registradas las experiencias asimiladas a lo largo de las sucesivas reencarnaciones- y también reside ahí la memoria temporal, correspondiente a los datos de esta vida y que estaría registrada en el sistema reticular del cerebro.
Una vez contrastada la información que hemos recibido con la voz de la experiencia (proveniente de estas dos memorias) es cuando se genera una respuesta para el individuo, un impulso de energía mental que sigue el mismo recorrido de vuelta. Se detiene un instante en el hipotálamo y, finalmente, llega al córtex para ser expresada.
Pues bien,, es en ese momento en el que se contrasta la información nueva con la ya almacenada cuando se producen las dificultades. Porque nuestra memoria, un mecanismo prodigioso, no sólo se limita a almacenar hechos sino que tiene la virtud de que el recuerdo de ellos provoca en el organismo todo un torrente de emociones similar al que se produjo en el momento en que vivíamos esa experiencia. Y ese flujo emocional tiene un gran peso específico en las decisiones que vamos a tomar o en la respuesta que vamos a dar.
Así pues, no nos podemos sustraer a la influencia de la memoria, hasta tal punto que vamos a dar más peso y valor a lo que nos llega internamente que a lo que acabamos de recibir del exterior. Vamos a “ver” con más claridad y contundencia las experiencias anteriores que tienen que ver -de una u otra forma- con lo que nos ocupa en estos momentos, que lo que percibimos o pensamos en el presente.
¿Y qué significa esto? Pues que corremos el riesgo de dar una respuesta inadecuada ya que en muchas ocasiones en ella incluimos los recuerdos... con toda su carga de requerimientos, necesidades no cubiertas, carencias, expectativas, deseos... del pasado.
En suma, es difícil ser conscientes de la presión emocional que soportamos y sólo podremos lograrlo mediante un gran esfuerzo por intentar ver el desarrollo de todo este proceso como si fuéramos el espectador de una película, lo que nos permitirá alejarnos un poco de la situación para observarla con mayor amplitud y, al hacerlo, tener más capacidad para dar una respuesta coherente.
Ese proceso emocional, tanto si tratamos con emociones negativas como positivas, siempre trastoca y descoloca a la persona, que sufre y goza con su propio proceso mental, con el tratamiento que da a sus pensamientos, que en muchas ocasiones se convierten en bucles repetitivos, antesala de comportamientos neuróticos.
Cuando las filosofías orientales nos hablan de acallar los pensamientos y las emociones se refieren a eso precisamente. Porque no se trata de ignorar las emociones sino de observarlas con atención, identificarlas y no dejarse arrastrar por ellas. Hay que colocarlas en el contexto adecuado que nos permita eliminar esos filtros para poder ver con mayor claridad.
Hay una técnica en Psicología que es aplicable para contrarrestar cualquier síntoma de dolor, sea éste físico o emocional. Se trata de centrarse en la sensación dolorosa –si es un problema físico- o en el pensamiento o emoción que nos hace daño –si es un conflicto psicológico-. Busca un momento de soledad y silencio. Relájate, ponte cómodo y afloja las tensiones de cualquier tipo. Lo primero que debes hacer es dar la bienvenida a ese dolor o a esa emoción incontrolada y dejar que la sensación dolorosa recorra tu cuerpo, que lo invada por completo. Piensa que se trata de algo que contiene en sí mismo los elementos curativos que necesitas.
Focaliza entonces tu atención en ese punto e intenta observarlo con la mente alerta y despierta. Verás que incluso puedes hacerlo más intenso, más fuerte, potenciarlo cuanto sea posible hasta alcanzar el grado máximo.
Normalmente, cuando sentimos dolor desplegamos un mecanismo de bloqueo, de resistencia, que intensifica aún más la sensación dolorosa. Se trataría de actuar del modo contrario: dejarlo pasar, no bloquearlo ni retenerlo sino dejarlo ir a través de nuestro cuerpo.
Verás que entonces, cuando se llega al punto álgido, se produce una descarga compensatoria al dejar fluir la corriente energética. Porque hay zonas de nuestro cerebro capaces de generar endorfinas y substancias analgésicas -mucho más potentes que la morfina- que se activarán ante el estímulo provocado.
Después puedes visualizar cómo ese dolor o esa emoción, tras recorrer tu cuerpo, sale de él. Puedes darle mentalmente, incluso, forma, textura, color, tamaño, etc., y “meterlo” en un saco o en una caja; o, simplemente, lanzarlo fuera de ti, donde ya no te pueda dañar.
Se trata de un modo efectivo de librarnos de la angustia, los pensamientos obsesivos, la tristeza, la ansiedad, etc.
Hasta es muy probable que durante el ejercicio -si hemos mantenido la mente atenta- podamos descubrir el por qué del momento que estamos atravesando y que nuestra intuición nos diga qué es lo que hemos de aprender de lo que estamos viviendo.
Hay que observar los pensamientos, ser conscientes de las emociones que nos provocan y, como tercer paso, no dejarse arrastrar por ellas sino actuar como testigo de una situación externa a nosotros. Es un proceso de desidentificación que nos hará ver claramente que uno no “es” sus pensamientos ni sus emociones como tampoco sus energías o su cuerpo físico, que Uno, el Ser, utiliza todo eso para manifestarse... pero que puede convertirse también en observador con conciencia plena y elegir conscientemente su trayectoria evolutiva. ¿Cómo? Pues escuchando el impulso interior que nos lleve a saber el propósito fundamental por el que hemos nacido; algo que está dentro de cada uno de nosotros y, por tanto, sólo nosotros podemos descubrir.

María Pinar Merino

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