viernes, 30 de julio de 2010

HABLANDO CON LAS PLANTAS

Aunque mucha gente lo ignora, Colombia se halla en muchos aspectos a la vanguardia del conocimiento del arte de curar. Existe en ella, por ejemplo, una importante escuela de Medicina Bioenergética de la que es un claro exponente el responsable de la sección Salud & Armonía de esta revista, el doctor Jorge Carvajal, quien en su libro Por los caminos de la Bioenergética (Ed. Luciérnaga) -cuya lectura recomiendo al lector- realiza una bella exposición de cómo su capacidad para entender la enfermedad y ayudar a sanar al ser humano derivada del estudio de la Medicina, se amplió hasta límites insospechados gracias a los conocimientos que compartieron con él los sanadores indígenas de su país. Una escuela de bioenergética que se formó gracias a las visitas que a aquel país realizaron algunos de los grandes médicos alemanes del siglo XX como es el caso de los doctores R. Voll -creador de la Organometría funcional-, Peter Dotch –creador de la Terapia neural- y el doctor Reckeweg –creador de la Homotoxicología-. Y es que en Colombia se practica hoy una “medicina pragmática” -al igual que en Rusia- donde la medicina convencional y las medicinas alternativas no es que caminen de la mano sino que forman parte de una sola Medicina: la que ayuda al ser humano a encontrar la armonía aliviando el dolor y poniéndole en el camino de la salud. La corriente colombiana de Medicina Bioenergética ha sabido, en suma, aunar lo más avanzado de la medicina alemana con la medicina tradicional indígena estudiando el aspecto energético del hombre como puente para la curación.
Bien, pues durante una breve estancia en Colombia tuve la oportunidad de conocer al médico bioenergético Holmes Ramírez y cómo en su consulta, rodeados de cámaras hiperbáricas y sofisticados aparatos de láser, me hablaba también abiertamente de los conocimientos de la medicina indígena. Me explicaría así, por ejemplo, cómo según la tradición cada especie vegetal posee un “espíritu” propio, con capacidad para ayudar al ser humano; y cómo sus ancestros aprendieron a comunicarse con tales “espíritus” recibiendo de esa forma la información de las propiedades de cada planta. Palabras que me harían recordar un libro que me fascinó en mi juventud: La vida secreta de las plantas. El Dr. Ramírez me diría luego que estaba aprendiendo a comunicarse con las plantas y a conocer sus propiedades a través de los taitas -chamanes o sanadores indígenas- y de la ingesta de una combinación de plantas denominada yagé. “Un preparado –me diría- que despierta la intuición y permite una comunicación directa con la naturaleza”, cuyo principal componente es la planta denominada Banisteriopsis caapi. Y me ofreció asistir a una sesión.
El yagé posee al parecer dos propiedades principales. La primera es su carácter emético ya que realiza una profunda limpieza intestinal al provocar el vómito. La segunda es psicotrópica, es decir, conduce a estados ampliados de conciencia en los que la persona accede a un conocimiento de sí más profundo. Y debo hacer un inciso para aclarar que si bien la utilización de sustancias psicotrópicas no está permitida en la mayoría de los países existen excepciones en algunos donde su consumo está tan hondamente enraizado en la cultura popular que las autoridades lo permiten. Tal es el caso de ciertas tribus de indios norteamericanos en Estados Unidos y de las culturas indígenas de Perú y Colombia en las que las propiedades psicoactivas de ciertas plantas son empleadas como agentes terapéuticos así como en procesos de iniciación a los misterios de la vida.
El caso es que, aunque sentía cierta aprensión, como el doctor Ramírez me inspiraba confianza decidí superar mis miedos y adentrarme en la desconocida experiencia del yagé. Me presentaría entonces a Florentino Agreda o Florito -como le gusta ser llamado-, el taita que nos iba a guiar en la experiencia. Y al atardecer de un tibio día nos pusimos en marcha en dirección a una hacienda en plena naturaleza. Cuando llegamos, ya de noche, pude contemplar los inmensos y majestuosos árboles del campo colombiano, y escuchar el rumor de un cercano “ojo de agua”. Allí se hallaban unas cuarenta personas, desde adolescentes a personas de edad avanzada; después sabría que tenían las más variadas ocupaciones: informáticos, empresarios, amas de casa, oficiales del ejército y de la policía, médicos, estudiantes...
El asunto parecía sencillo: sólo había que colocarse en una colchoneta ubicada en el suelo, junto a la fachada de la hacienda, al aire libre. Y así, pronto me encontré tumbado, sereno y sintiendo cómo el ambiente me envolvía. Luego, una vez estuvimos todos tumbados, comenzó el proceso. No me atrevería a llamarlo ritual pues carecía de todo contenido ideológico o religioso. Florito se limitó a esparcir un poco de incienso con un sahumerio y a continuación comenzó la toma. Nos dio un pocillo a cada uno, lo tomamos y nos dispusimos a esperar su efecto. Cundieron las bromas entre los presentes y luego, tumbados, la gente continuó hablando en susurros. Nada mágico o misterioso.
Me recosté en mi colchoneta al lado del Dr. Ramírez y empecé a respirar pausada y profundamente para relajarme. Pero el tiempo pasaba y no sucedía nada. Eso sí, de vez en cuando veía a alguien levantarse porque el preparado le había provocado el vómito. Pasó una hora y empecé a ponerme nervioso. Decidí dar un paseo y me acerqué a Florito para decirle que no sentía ningún efecto. Sonrió y me ofreció un poco más del preparado. No me hizo gracia porque es de un amargor insoportable, pero lo tomé y me fui a tumbar de nuevo. Poco después me incorporé, inquieto. Algo comenzaba a activarse en mi. Y me puse a caminar en la noche junto a los árboles. Quería respuestas pero no las encontraba. Hasta que, de pronto, mirando a un árbol, se me encendió la “luz”: ”Para avanzar, necesitas expresar gratitud”. Entendí en ese momento que una forma de hacerlo era acudir al lado de alguien que vi que lo estaba pasando mal y acompañarle. Así que me puse junto a él y traté de transmitirle paz. Al poco tiempo sentí un claro cambio en todo mi ser, una vigorización enorme, como si cada célula de mi cuerpo se llenara de energía revitalizándolo. Noté mi mente mucho más intuitiva y cómo razonaba a gran velocidad. Y entendí en ese momento lo que hace años había estudiado con otro médico bioenergético: “La función del hombre es ser un transformador que convierta la Luz del Universo en actos de amor para el planeta”. Bueno, no es que lo entendiera, es que lo experimente de una forma tan intensa que no había posibilidad de duda. Literalmente, “vi” cómo la luz llega al hombre, entra en su sistema de energía, y su conciencia la convierte en actos de amor hacia sus semejantes. Y entendí también que para lograrlo sólo es necesario que uno se encuentre en paz. El problema es que permitimos que nos la arrebaten tantas cosas...
La secuencia de vivencias internas se sucedió de forma vertiginosa. Fueron momentos de lucidez en los que traté de aprehender lo que entendía. Por primera vez, percibí mi campo de energía tal como lo describe la Medicina China, como una red maravillosamente compleja de canales interconectados. Y empecé a comprender lo que me habían dicho acerca de que el yagé sana. La intensa energía en la que me veía envuelto comenzó a escanear y limpiar mis órganos como quien limpia una nevera o un horno sucios. Es más, sentí que se detuvo especialmente en el hígado y en el páncreas. Curiosamente, conforme se iban limpiando percibí las experiencias y emociones negativas pasadas que se habían acumulado en ellos en forma de bloqueos de energía. Y cómo cuando me hacía consciente de ellas sentía un cansancio casi infinito, como si me encontrara enfermo y con una fiebre altísima. Luego entendí que el preparado desencadenaba una pequeña “enfermedad”, breve e intensa, como mecanismo para limpiar los órganos. Y todo se hacía sólo, pero si yo ponía atención a lo que sucedía el proceso transcurría mejor y más rápido. Después de algunos periodos de agotamiento llegó una reenergetización intensa. Sentí una tremenda vitalidad que se manifestaba en un agradable cosquilleo en las áreas limpiadas.
Entonces apareció Florito. Fiel al ofrecimiento que me había hecho antes de la experiencia, vino a buscarme para hablar. Le conté de mi vida y el de la suya. Me explicó que su oficio pasa de padres a hijos, que aprendió el arte de la fitoterapia de su padre y de un maestro taita. Y me narró algunas experiencias sorprendentes. Como cuando, siendo muy joven, su poblado se quedó sin corriente eléctrica al fundirse un fusible del transformador de alta tensión. Los días pasaban y como el pueblo estaba bastante adentrado en la selva no venían de la compañía eléctrica a reparar la avería. Florito decidió entonces subir a la torre para ver si podía arreglarla y al llegar arriba recibió una descarga de alta tensión que le hizo caer al suelo sin conocimiento. Se golpeó la columna y estuvo más de un año inválido. Empero, con el conocimiento de las plantas y su fuerza de voluntad logró volver a caminar. En otra ocasión se cayó desde un puente al lecho de un río y se golpeó la frente contra las piedras del fondo. Vio cómo la corriente se llevaba el chorro de sangre que le salía de la herida y, haciendo un gran esfuerzo, logró llegar hasta la orilla donde se desmayó. Su vida estuvo de nuevo en peligro y le costó recuperarse. Todo lo cual me recordó el libro Quirón, el sanador herido, en el que un antropólogo sostiene que en las culturas ancestrales que aún existen, los chamanes son a menudo personas que, por accidente o enfermedad, han hecho un viaje por la muerte y han regresado a la vida con el don de curar.
Con palabras sencillas, Florito me contó que él hacía terapia emocional porque las emociones negativas enferman a la gente. Frecuentemente las personas recurrían también a él para lograr salir de la adicción a las drogas. Y a tratarse de toda enfermedad grave. O, simplemente, en búsqueda de un mayor desarrollo de la conciencia. Después supe que iba cada dos meses a sanar a Chile. Un chileno enfermo de sida que había recorrido Europa buscando cura para su enfermedad sin resultado, pasó de regreso por Colombia, oyó hablar de Florito y le pidió que le ayudara. Éste accedió y los resultados fueron tan positivos que desde entonces un grupo de chilenos que padecen la enfermedad se hace cargo de sus viajes para que vaya a tratarlos.
Tras hablar con Florito, mi estado fue normalizándose y nos alcanzó un suavísimo amanecer tropical. Tras las intensas vivencias y la noche en vela me sentía agotado pero con una inmensa tranquilidad interior. Aquella noche las fronteras de mi mente se extendieron muchos kilómetros. Cuando regresé a España, un conflicto emocional que venía arrastrando durante años se resolvió en tres días. Tengo la certeza de que la terapia con yagé lo permitió.
Florito dejó en mi un grato recuerdo. Amigable, bondadoso y sencillo, ajeno a toda solemnidad, bromeaba con los participantes acerca de las peripecias de la toma de yagé como si fueran compañeros de un juego. Obviamente, me intrigaba cómo esa combinación de plantas podía ejercer unos efectos terapéuticos tan intensos. Y la respuesta, que hallé en mi propia experiencia, es que al entrar en estados de conciencia profundos hacemos consciente y liberamos los bloqueos mentales y emocionales que causan la angustia y las enfermedades. Desde mi experiencia, toda terapia efectiva da como resultado un mayor conocimiento de sí, pues éste es fundamental para ser lo que realmente somos y encontrar la paz.
El doctor Ramírez me contó recientemente por Internet que ahora está aprendiendo con otro taita llamado Alejandro, un anciano de ciento ocho años que camina, viaja y se expresa con total lucidez. Le está enseñando a anticiparse en el diagnóstico, a conocer lo que tiene un paciente simplemente sintiéndolo. Y que también investiga sobre los efectos del yagé para comunicar sus resultados a una universidad colombiana en la que realizan conferencias y tomas de yagé con los taitas para investigar su conocimiento secular. Es evidente que sus títulos académicos no les impiden acercarse con humildad a los taitas para aprender su forma de sanar.
La propia Naturaleza es posiblemente el agente con mayor potencial de sanar y equilibrar al ser humano. Su poder ha sido conocido en todas las tradiciones. Quizás por medio de la medicina no convencional este conocimiento se esté recuperando en Occidente para, apoyado en la medicina convencional y la tecnología, crear una nueva medicina para la salud.



Fernando Sánchez Quintana

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