viernes, 30 de julio de 2010

LA ESENCIA DE LA VIDA

“El nuestro es un universo de relaciones entre patrones de organización de la energía que forman partículas a partir de las cuales se desencadena una cascada de nuevas relaciones. Y en esa cascada cada cosa participa de la totalidad de modo que átomos, moléculas, tejidos, órganos, organismos y sociedades son parte de una sola trama cuya esencia es relacional.”

Como un cauce que todo lo conecta, como una corriente que lo contiene todo en su seno, la relación es la esencia de la vida, es el religare que explica la unidad subyacente en la aparente diversidad. Un religare que constituye una especie de religión universal de la que participa toda la creación como si ésta sólo fuera un patrón de ondas ondeantes unidas en una sola onda portadora que integra la infinita diversidad en una siempre renovada unidad. La enfermedad, la salud, la calidad de vida, la organización social... todas las cosas que nos atañen son contextos de relaciones esenciales que sirven de soporte a relaciones más complejas. Sin relaciones entre las partículas subatómicas no podrían existir relaciones entre moléculas tejidos y órganos; y mucho menos entre individuos y sociedades.
A nivel humano tratamos muchas veces de relacionarnos con todo el mundo sin habernos relacionado antes con nosotros mismos; y como somos desconocidos para nosotros mismos hacemos a veces lo que no queremos hacer viéndonos sorprendidos por impulsos que ni siquiera sabíamos que existían en nosotros. Muchos yoes, por nosotros mismos desconocidos, parecen acechar en nosotros para tomar el control de lo que llamamos nuestro Yo. Son los yoes escondidos, reprimidos, negados o enmascarados formados por los impulsos que un día decidimos condenar a una subversiva clandestinidad.
Digamos que somos Juan o Juana, un yo cuyo nombre está acompañado de mil nombres: Juan Tigre, Juan Salvador Gaviota, Juan de la Cruz, Juana de Arco... Todos los colores del arco iris en los nombres de nuestros yoes están allí para recrear el paisaje de nuestra vida pero, a veces, el yo se convierte en un rol o en un nombre externo que sella la puerta de entrada a la policromática profundidad del ser. Es entonces cuando, convertido el ser en la apariencia de un uniforme descolorido, la vida pierde su sentido.
Dime tú, Juan de la Cruz, ¿dónde está el centro de ese dolor que has podido transmutar desde tu noche oscura en la expresión de luz y amor más pura?
Cuándo descubriste, Juan de Asís, el amor de todos los nombres en tu nombre?
¿Cómo puede uno descubrir, Juana de Calcuta, ese amor total que ya no tiene condición ninguna?
¿Cómo, Juan Claver de Cartagena, se puede revelar el amor del alma entre los cuerpos carcomidos por la lepra?
Nosotros, Juanas, Juanes, tenemos un poco de Juana de Arco, Juan de Asís, Juana de Calcuta... Todos somos Juan de Dios y nuestro nombre es humanidad. Juan de España, Juan del Universo, Juana Tierra... todos nuestros humanos nombres han sido los nombres del amor.
Tú, Juana-Tierra o Pedro-piedra, eres el arco y el arquero. Tú eres el único blanco posible de tu dirección, el único sentido de tu propósito. Cuando empiezas a conocer los yoes de tu Yo reconoces en ti el arco y la flecha pero, por encima de todo, sientes en tu corazón herido que eres arco y flecha unidos en el blanco del amor. Y cuando das en el blanco de tu propio centro, cuando ya no tienes los blancos en el placer, en el poder, en la recompensa de una meta, cuando el arquero no tiene más que un blanco puro, entonces arco, flecha y blanco son sólo variedades de su corazón desnudo. En el centro del arquero todos los nombres eran sólo uno.
Damos en el blanco cuando descubrimos una ciencia interior que surge de nuestro propio centro. Y el centro es el liberador de la ilusión. Siempre que vivas desde el corazón no va a ser posible el espejismo. Siempre que trabajes de corazón no van a ser posibles la ilusión, ni la confusión.
Preguntémonos: esto que vemos, ¿lo podemos ver con los ojos del corazón? Esto que pensamos, ¿lo podemos pensar de corazón? Sólo podemos con el ojo del corazón captar lo verdadero. ¿Miramos o vemos? Mirar es percibir el mundo de las apariencias. Ver es tener la visión de las cualidades, una visión interior que descubre el significado y el sentido de las cosas observadas que, al verlas, ya no estarán separadas del observador. Cuando en lugar de oírnos nos escuchamos, resonamos; y así, sintonizados, es posible la comunicación. Te presto entonces mi instrumento para que ejecutes tu propia música, para que la escuches y te reconozcas. Cuando dejamos que nos vean con otros ojos, cuando en la relación no somos ni más ni menos que aquello que ya somos nos convertimos en el espejo en el que otros se pueden ver y reconocerse, un campo de relación en el que reconocemos en las voces de todos ecos expandidos de nuestra propia voz. Todos somos instrumentos de la relación. La vida te presenta a uno y a otro -al paciente, al hijo, al hermano y al padre- para que puedas reconocer en el otro una prolongación de tu propio yo.
El arte de sanar la vida es el arte del contacto. El tacto es el órgano universal de los sentidos. Yo toco todo con todos los sentidos. Mis sentidos son instrumentos para tocarte con mi música y para captar tu propia música. Y para construir una música nueva entre los dos.
Entrar en contacto es posible desde el corazón, órgano central del contacto. Te siento con el corazón a través de los ojos, a través del oído, a través del olfato, a través de la caricia... El mínimo común denominador del contacto amoroso es el corazón. Surge pues una pregunta esencial cuando nos relacionamos: "¿Lo que decimos sale de nuestro corazón? ¿Escuchamos desde el corazón? ¿Hablamos de corazón?"
Lo primero que debiéramos aprender todos es a actuar "de corazón", que es actuar desde el centro. Porque en tales casos se disipa la primera gran ilusión: la del temor. Sí, nuestro mayor espejismo es el del temor. Temor de ser lo que somos, temor de quitarnos la máscara, temor a asumir nuestra propia identidad. Es, en suma, el temor de ser vulnerables. Pero si supiéramos que, a nivel del ser, la vulnerabilidad es auténtica fortaleza porque despierta nuestra sensibilidad dormida generando humildad, flexibilidad y adaptabilidad podríamos aprender una lección esencial: sólo donde no existe el temor puede manifestarse el amor.
Si comprendiéramos que es mar el mar porque está debajo de los ríos ya sabríamos el significado de la antigua afirmación "El que se humilla será ensalzado" y sabríamos por qué se vence el miedo en el camino del servicio. Como el poder de los fantasmas, el poder del miedo es el de nuestra propia reacción de fuga. Cuando se les mira de frente tanto los duendes como el miedo se desinflan. El poder que hemos concedido al temor a perder la vida ha alimentado buena parte de la violencia y la injusticia. El miedo, al contrario del amor, no tiene existencia propia. Existe el miedo sólo donde el amor no ha sido revelado. Es decir, el miedo no es sino un marcador de la ausencia de amor. Por eso el terror ha sido un poderoso instrumento para dominar, poseer, esclavizar, torturar y crear dependencia negando la libertad.
Todos daríamos lo que fuera por tener seguridad. Hasta el punto que las de la guerra y la seguridad constituyen dos de las mayores y más rentables industrias del mundo. En ambas se manipula el miedo para vender la ilusión de la seguridad. De tal forma que hasta hablamos con desparpajo de "seguros de salud" y "seguros de vida". Nos gastamos la vida asegurando el porvenir, invirtiendo así lo más sagrado de la vida: el presente. Convertimos con ello el tiempo sagrado del presente en una fuga permanente de la muerte. En cada miedo, sin saberlo, huimos de la muerte. Pues "la madre de todos los temores" es el miedo a morir, que viene de confundir el final del cuerpo con el final de la vida.
El animal más peligroso es el más temeroso. Nuestras máscaras de autosuficiencia son un refugio de la debilidad y el miedo interior. La persona más agresiva es víctima de su propio miedo de una manera más violenta. Cuando nosotros aprendemos a leer ese código sabemos que el que más te critica, te remueve, te arremete... es el que más ayuda necesita. Si lo pudieras traducir en el código del corazón, que no es el código del miedo sino el código del Amor, podrías entender que te está pidiendo ayuda. Porque querer al que nos quiere no tiene tanto mérito como comprender a quien nos provoca mayores dificultades ya que pone a prueba nuestra paz, nuestra tolerancia y nuestro amor.
Los procesos de expansión de conciencia o de iniciación ocurren hoy en el ritual de la vida cotidiana. Es aquello que tenemos permanentemente en nosotros, es aquello que vivimos con nuestros semejantes, nuestras relaciones. A veces le pedimos a la vida que nos de una gran responsabilidad; por ejemplo, la de contribuir a salvar el planeta. ¡Y lo pedimos cuando ni siquiera hemos sido capaces de salvarnos a nosotros mismos! ¡Cuando ni escuchamos a nuestro hijo teniéndolo al lado! ¡Cuando nos quemamos la lengua por la mañana y el chocolate no nos sabe a chocolate por estar pensando en la cuenta, en el transporte o en la hora de llegada al trabajo! Si ni siquiera vivimos en el instante del presente, ¿cómo le pedimos a la vida que nos de una responsabilidad infinita? Aún más: si no cumplimos con nuestro deber, ¿cómo le pedimos responsabilidades a la vida? ¿Cómo le pedimos una responsabilidad mayor cuando no sabemos ni servimos a nosotros mismos, si no sabemos ni mantener en buen estado el instrumento de nuestro cuerpo para que en él pueda interpretarse la música del alma?
Salir del mundo de la ilusión es nuestra principal tarea. A eso se le llama despertar y no se puede hacer al margen de la vida cotidiana. El despertar no tiene lugar ni en la cima de los Himalayas, ni en la cima de los Andes, ni en el altar de un templo. El despertar interno solamente puede acaecer en el altar del corazón. Uno despierta al genuino vivir cuando puede descubrir su miedo.
Muchas personas llegan el lunes al trabajo exhaustas, fatigadas... justo después de dos días de descanso. ¿Y por qué se sienten tan cansadas cuando aún no ha comenzado la semana laboral? ¿Qué las ocurre? Pues quizás que hayan vivido todo el fin de semana con el temor de encontrarse y se la han pasado -de mil maneras- huyendo de sí mismas. Con pavor a la soledad. Y es que lo más terrible que les puede ocurrir a algunas personas es tener tiempo libre, un tiempo para ser. Por eso, inconscientemente, buscan formas de matar el tiempo. Solo que matar el tiempo es como matar la vida ya que el tiempo es el movimiento de la conciencia, una estrategia de la vida. Cuando se mata el tiempo se asesina el presente, se destruye la vida.
El tiempo es oro porque es productivo... pero en términos de conciencia, no sólo en términos de dinero. El tiempo es la expresión del movimiento de la conciencia y en su quietud el tiempo se vuelve interior. Se para el reloj afuera y entramos en el territorio del instante. En la perfecta quietud el presente intenso es tiempo de eternidad. Porque la eternidad no está en el más allá ni el más acá: se da en la quietud de la conciencia donde el ser alcanza ese vórtice de paz en el que está intacto su infinito potencial.
Sí, el temor a la soledad es uno de nuestros temores ocultos y se refleja en la incapacidad de estar a solas con nosotros mismos. La soledad gratificante es una condición del alma y se alcanza con la madurez del ser, con la Edad del Sol, con la interiorización y la reflexión. Sin esa quietud, sin ese silencio de la soledad, no hay autoconocimiento, punto de partida de todo genuino saber.
¿Y cómo ingresar entonces en la Edad del Sol? ¿Cómo aceptar la soledad? ¿Cómo convertirnos en la propia compañía? ¿Cómo mirarse en el espejo de las propias aguas y, aquietando el agua de las emociones, dejar que el sol de la mente penetre hasta el fondo del lago, el cuerpo físico? Vivamos conscientemente cada día unos minutos de soledad en los que, en silencio, nos observemos renunciando a la memoria y a todos los condicionamientos. Sin repetir ningún mantra: basta, simplemente, pronunciar reiteradamente nuestro nombre. Sin apellidos, sólo el nombre: Iván, José, Juana... Repítelo una y otra vez suavemente y comprobarás que llega un momento en el que entras en contacto con esa conciencia donde habita la madurez que liberará la Edad del Sol en tí.
Los refugios exteriores generan dependencia e impiden madurar al tiempo interior de la soledad, donde aprendemos a tener un soporte interno. Carece de sentido que para no aceptar la soledad nos refugiemos compulsivamente en cualquier actividad que mantenga entretenidos nuestro cuerpo, nuestras emociones o nuestros pensamientos hasta el punto de caer en prácticas que embotan los sentidos y dañan la salud. Aunque sepamos que si no encontramos nada que hacer el temor a la soledad y nuestra incapacidad de ser nosotros mismos nos lleve a una posible crisis de pánico. Está constatado que muchas de tales crisis se dan durante los fines de semana, cuando la gente no tiene "nada que hacer", cuando la vida no la llenan de cosas exteriores... y se dan cuenta entonces en su interior de que no hay nada que dé sentido a sus vidas.
Vivamos la soledad afrontando el miedo de morir que impide hasta el vivir. El miedo a la soledad es el miedo a la muerte. El miedo de dormir es el miedo a morir. En eso consisten muchos insomnios. El miedo a la soledad y el miedo a morir son temores a asumir la propia identidad, miedos a perder la falsa identidad o a la caída de la máscara.
Pensemos además que cuando estamos huyendo de nosotros mismos no podemos ser compañía para nadie. Por eso asumirnos tal como realmente somos es condición esencial para mantener relaciones humanas. Y toda relación humana tiene una esencia terapéutica.
En las reacciones de ataque o de huída, en cambio, no existe ninguna relación constructiva. Ni siquiera con uno mismo. La reacción de fuga es una estrategia evolutiva del sistema límbico: si te va a morder una fiera escapas, entras en una reacción de fuga. Sin embargo, la fiera temible es con frecuencia esa parte nuestra que, al negar o reprimir, fortalecemos hasta que llega a invadirnos. Tenemos miedo de esas reacciones, de esos impulsos porque se pueden desbordar y poseernos. Desarrollamos, en suma, temor de nuestro propio interior. Aún en la quietud se desencadena una fisiología anómala sólo requerida para el evento extremo del ataque o de la huída pero, como estamos en reposo, toda la energía excedente sobrecarga los nervios, el sistema vascular, todas las glándulas endocrinas. Sometido así el organismo a la presión del miedo que desencadena un ataque o una huída, uno ataca o huye de sí mismo. Y entonces no podremos relacionarnos pues no estaremos nunca con nosotros mismos. Con lo que tampoco podremos de verdad estar con nadie. Es el drama del terror de estar a solas con la propia conciencia. Es miedo de la auto-confrontación interior. Es miedo del Amor porque el Amor no es sólo aquello que te acaricia, es sobre todo aquello que te confronta. Es aquello que te hace igual, exactamente igual a ti, lo que pule dolorosamente tus aristas, aquello que penetra tus sombras. Es Amor la esencia que te trasparenta al llevarte más allá de la apariencia. Y para entrar en el territorio que va más allá de la respuesta límbica del ataque o la huída es necesario entrar por el portal de la apertura amorosa.
La apertura amorosa es, en suma, el mínimo común denominador para tener una visión real del mundo, una visión que nos lleve más allá de las divisiones producidas por la falsa identidad a la vivencia de nuestra esencial integridad. La apertura amorosa es condición del ritual de desarrollo, aquella relación que, comenzando con los cuidados de la madre, nos ha ayudado a encontrar un mundo pleno de sentido, un mundo que nos abraza y al cual podemos abrazar, un mundo al que nos podemos entregar sin temor porque, en ese darnos, encontramos multiplicado todo cuanto damos.



Jorge Carvajal

SIETE CONSEJOS PARA EL OTOÑO

El otoño coincide normalmente con la vuelta a la actividad tras la ruptura que supone el periodo vacacional. Y es un momento idóneo para que, en lugar de retomar sin más el ritmo y las costumbres habituales, tomáramos consciencia de aquellas pequeñas cosas que debiéramos corregir en nuestra vida aprovechando para poner en marcha nuevos objetivos y marcarnos compromisos de mejora a fin de conseguir una mejor calidad de vida y un mayor grado de felicidad y plenitud. Podemos hacerlo en varios ámbitos. Y aunque a veces se trata de sencillos consejos la verdad es que no es menor por ello su efectividad.
-La alimentación. Ya Hipócrates -el “padre” de la Medicina- hablaba de la importancia de lo que comemos para el buen mantenimiento de la salud. Conviene, pues, que nuestra dieta sea sana y equilibrada, rica en frutas, verduras y cereales integrales. Está demostrado que cuando nuestro organismo recibe los nutrientes que necesita y no tiene que deshacerse de excesivas toxinas el sistema inmune funciona mejor e, incluso, se reponen los neurotransmisores que controlan la ansiedad y la depresión, estados de ánimo que aparecen con frecuencia en esta época del año como consecuencia del cansancio.
Pero no sólo es importante lo que comemos sino cómo comemos. Y es que es fundamental dedicarle la atención y el tiempo necesario al acto de comer evitando el estrés que normalmente nos acompaña y nos hace comer deprisa cualquier cosa en un ambiente a veces ruidoso o poco adecuado. Porque en esas condiciones lo que ingerimos no tendrá los efectos beneficiosos que buscamos. Es importante comer sin prisa, masticar bien los alimentos, saborearlos y disfrutarlos; y, si es posible, que el buen humor reine en nuestra mesa, que sea un momento para compartir, conversar y relacionarnos en un entorno agradable. Recordemos que es conveniente comenzar el día con un buen desayuno, comer a mediodía teniendo en cuenta la actividad que vamos a realizar después y tomar una cena ligera para que la digestión no consuma demasiada energía y nuestro sueño se vea alterado. También es aconsejable alguna infusión tipo valeriana o tila.
-El ejercicio físico.Para mantenernos en forma es necesario mover nuestro cuerpo y el ejercicio moderado es uno de los remedios más efectivos para revitalizarnos. Sin embargo, hay que tener cuidado para que esta actividad no se convierta en algo estresante y competitivo. Se trata de decidirnos por algo que nos haga disfrutar y divertirnos: pasear, nadar, bailar, montar en bicicleta, caminar por el campo...
-Dedicar tiempo al ocio. No te prives de hacer las cosas que te gustan y que casi nunca tienen espacio en la agenda como salir con los amigos, conversar, leer, disfrutar de la música, salir al campo, darte un masaje, pintar, modelar...
-Busca momentos de soledad para el autoanálisis. Tómate cada cierto tiempo unos minutos para reflexionar sobre tu momento actual, tu trayectoria y tus objetivos. Presta atención a todo aquello que te causa ansiedad, tensión o nerviosismo e intenta -en la medida de tus posibilidades- ir eliminándolo poco a poco de tu vida. Si algo no depende de ti trata entonces de modificar tu enfoque, de observarlo con otra perspectiva; a veces con esa nueva actitud se producen cambios significativos en el entorno.
-Mirar hacia dentro. Practica alguna técnica de relajación, interiorización o meditación. Están demostrados los beneficios que se obtienen a nivel físico, psicológico y emocional con estas prácticas. O, simplemente, concédete un rato para estar contigo mismo, intentando recuperar la quietud y el sosiego que la vida desenfrenada que llevamos nos hace perder con tanta facilidad. Cierra los ojos, escucha una música relajante que te guste, disfruta de un rato de lectura, deja vagar tu imaginación...
-Recupera la confianza en la fuerza interior y la capacidad de elección. La vida nos somete a veces a estados de presión en los que la falta de visión de futuro nos hace caer en la depresión. Es pues bueno que cada día, al final de la jornada, revises lo que estás haciendo, las situaciones que vives, especialmente aquellas que no hemos “elegido” conscientemente y en las que nos vemos inmersos con la sensación de que no tenemos el control, y te preguntes: ¿qué estoy haciendo?, ¿es esto lo que quiero hacer?, ¿por qué lo hago? ¿qué pasaría si no lo hiciera?, ¿qué otra cosa podría hacer?
-El descanso reparador. El sueño es la oportunidad para recargarnos de la energía consumida durante el día. Además, los periodos de ensoñación que tenemos durante la noche nos proporcionan una descarga de las tensiones a nivel psíquico y nos equilibran emocionalmente. Así pues cuida también tu descanso durmiendo un número de horas suficiente -entre 6 y 9- con la temperatura adecuada (entre los 18 y 20 grados) e intentando que las últimas escenas no estén presididas por la violencia (TV, cine, música estridente) sino que los momentos anteriores a dormirte sean de una breve lectura, escuchar música relajante, etc. Ese es el preludio perfecto para un buen descanso.
Estos siete pasos son sencillos de poner en práctica y está en nuestra mano hacerlo. Sólo hemos de estar atentos para que la rutina de la vida diaria no nos haga olvidarlos. Es más, con la práctica constante podremos incorporarlos a nuestra vida como otros muchos hábitos pero con la seguridad de que éstos nos acercarán a una vida más saludable y plena.



María Pinar Merino

HABLANDO CON LAS PLANTAS

Aunque mucha gente lo ignora, Colombia se halla en muchos aspectos a la vanguardia del conocimiento del arte de curar. Existe en ella, por ejemplo, una importante escuela de Medicina Bioenergética de la que es un claro exponente el responsable de la sección Salud & Armonía de esta revista, el doctor Jorge Carvajal, quien en su libro Por los caminos de la Bioenergética (Ed. Luciérnaga) -cuya lectura recomiendo al lector- realiza una bella exposición de cómo su capacidad para entender la enfermedad y ayudar a sanar al ser humano derivada del estudio de la Medicina, se amplió hasta límites insospechados gracias a los conocimientos que compartieron con él los sanadores indígenas de su país. Una escuela de bioenergética que se formó gracias a las visitas que a aquel país realizaron algunos de los grandes médicos alemanes del siglo XX como es el caso de los doctores R. Voll -creador de la Organometría funcional-, Peter Dotch –creador de la Terapia neural- y el doctor Reckeweg –creador de la Homotoxicología-. Y es que en Colombia se practica hoy una “medicina pragmática” -al igual que en Rusia- donde la medicina convencional y las medicinas alternativas no es que caminen de la mano sino que forman parte de una sola Medicina: la que ayuda al ser humano a encontrar la armonía aliviando el dolor y poniéndole en el camino de la salud. La corriente colombiana de Medicina Bioenergética ha sabido, en suma, aunar lo más avanzado de la medicina alemana con la medicina tradicional indígena estudiando el aspecto energético del hombre como puente para la curación.
Bien, pues durante una breve estancia en Colombia tuve la oportunidad de conocer al médico bioenergético Holmes Ramírez y cómo en su consulta, rodeados de cámaras hiperbáricas y sofisticados aparatos de láser, me hablaba también abiertamente de los conocimientos de la medicina indígena. Me explicaría así, por ejemplo, cómo según la tradición cada especie vegetal posee un “espíritu” propio, con capacidad para ayudar al ser humano; y cómo sus ancestros aprendieron a comunicarse con tales “espíritus” recibiendo de esa forma la información de las propiedades de cada planta. Palabras que me harían recordar un libro que me fascinó en mi juventud: La vida secreta de las plantas. El Dr. Ramírez me diría luego que estaba aprendiendo a comunicarse con las plantas y a conocer sus propiedades a través de los taitas -chamanes o sanadores indígenas- y de la ingesta de una combinación de plantas denominada yagé. “Un preparado –me diría- que despierta la intuición y permite una comunicación directa con la naturaleza”, cuyo principal componente es la planta denominada Banisteriopsis caapi. Y me ofreció asistir a una sesión.
El yagé posee al parecer dos propiedades principales. La primera es su carácter emético ya que realiza una profunda limpieza intestinal al provocar el vómito. La segunda es psicotrópica, es decir, conduce a estados ampliados de conciencia en los que la persona accede a un conocimiento de sí más profundo. Y debo hacer un inciso para aclarar que si bien la utilización de sustancias psicotrópicas no está permitida en la mayoría de los países existen excepciones en algunos donde su consumo está tan hondamente enraizado en la cultura popular que las autoridades lo permiten. Tal es el caso de ciertas tribus de indios norteamericanos en Estados Unidos y de las culturas indígenas de Perú y Colombia en las que las propiedades psicoactivas de ciertas plantas son empleadas como agentes terapéuticos así como en procesos de iniciación a los misterios de la vida.
El caso es que, aunque sentía cierta aprensión, como el doctor Ramírez me inspiraba confianza decidí superar mis miedos y adentrarme en la desconocida experiencia del yagé. Me presentaría entonces a Florentino Agreda o Florito -como le gusta ser llamado-, el taita que nos iba a guiar en la experiencia. Y al atardecer de un tibio día nos pusimos en marcha en dirección a una hacienda en plena naturaleza. Cuando llegamos, ya de noche, pude contemplar los inmensos y majestuosos árboles del campo colombiano, y escuchar el rumor de un cercano “ojo de agua”. Allí se hallaban unas cuarenta personas, desde adolescentes a personas de edad avanzada; después sabría que tenían las más variadas ocupaciones: informáticos, empresarios, amas de casa, oficiales del ejército y de la policía, médicos, estudiantes...
El asunto parecía sencillo: sólo había que colocarse en una colchoneta ubicada en el suelo, junto a la fachada de la hacienda, al aire libre. Y así, pronto me encontré tumbado, sereno y sintiendo cómo el ambiente me envolvía. Luego, una vez estuvimos todos tumbados, comenzó el proceso. No me atrevería a llamarlo ritual pues carecía de todo contenido ideológico o religioso. Florito se limitó a esparcir un poco de incienso con un sahumerio y a continuación comenzó la toma. Nos dio un pocillo a cada uno, lo tomamos y nos dispusimos a esperar su efecto. Cundieron las bromas entre los presentes y luego, tumbados, la gente continuó hablando en susurros. Nada mágico o misterioso.
Me recosté en mi colchoneta al lado del Dr. Ramírez y empecé a respirar pausada y profundamente para relajarme. Pero el tiempo pasaba y no sucedía nada. Eso sí, de vez en cuando veía a alguien levantarse porque el preparado le había provocado el vómito. Pasó una hora y empecé a ponerme nervioso. Decidí dar un paseo y me acerqué a Florito para decirle que no sentía ningún efecto. Sonrió y me ofreció un poco más del preparado. No me hizo gracia porque es de un amargor insoportable, pero lo tomé y me fui a tumbar de nuevo. Poco después me incorporé, inquieto. Algo comenzaba a activarse en mi. Y me puse a caminar en la noche junto a los árboles. Quería respuestas pero no las encontraba. Hasta que, de pronto, mirando a un árbol, se me encendió la “luz”: ”Para avanzar, necesitas expresar gratitud”. Entendí en ese momento que una forma de hacerlo era acudir al lado de alguien que vi que lo estaba pasando mal y acompañarle. Así que me puse junto a él y traté de transmitirle paz. Al poco tiempo sentí un claro cambio en todo mi ser, una vigorización enorme, como si cada célula de mi cuerpo se llenara de energía revitalizándolo. Noté mi mente mucho más intuitiva y cómo razonaba a gran velocidad. Y entendí en ese momento lo que hace años había estudiado con otro médico bioenergético: “La función del hombre es ser un transformador que convierta la Luz del Universo en actos de amor para el planeta”. Bueno, no es que lo entendiera, es que lo experimente de una forma tan intensa que no había posibilidad de duda. Literalmente, “vi” cómo la luz llega al hombre, entra en su sistema de energía, y su conciencia la convierte en actos de amor hacia sus semejantes. Y entendí también que para lograrlo sólo es necesario que uno se encuentre en paz. El problema es que permitimos que nos la arrebaten tantas cosas...
La secuencia de vivencias internas se sucedió de forma vertiginosa. Fueron momentos de lucidez en los que traté de aprehender lo que entendía. Por primera vez, percibí mi campo de energía tal como lo describe la Medicina China, como una red maravillosamente compleja de canales interconectados. Y empecé a comprender lo que me habían dicho acerca de que el yagé sana. La intensa energía en la que me veía envuelto comenzó a escanear y limpiar mis órganos como quien limpia una nevera o un horno sucios. Es más, sentí que se detuvo especialmente en el hígado y en el páncreas. Curiosamente, conforme se iban limpiando percibí las experiencias y emociones negativas pasadas que se habían acumulado en ellos en forma de bloqueos de energía. Y cómo cuando me hacía consciente de ellas sentía un cansancio casi infinito, como si me encontrara enfermo y con una fiebre altísima. Luego entendí que el preparado desencadenaba una pequeña “enfermedad”, breve e intensa, como mecanismo para limpiar los órganos. Y todo se hacía sólo, pero si yo ponía atención a lo que sucedía el proceso transcurría mejor y más rápido. Después de algunos periodos de agotamiento llegó una reenergetización intensa. Sentí una tremenda vitalidad que se manifestaba en un agradable cosquilleo en las áreas limpiadas.
Entonces apareció Florito. Fiel al ofrecimiento que me había hecho antes de la experiencia, vino a buscarme para hablar. Le conté de mi vida y el de la suya. Me explicó que su oficio pasa de padres a hijos, que aprendió el arte de la fitoterapia de su padre y de un maestro taita. Y me narró algunas experiencias sorprendentes. Como cuando, siendo muy joven, su poblado se quedó sin corriente eléctrica al fundirse un fusible del transformador de alta tensión. Los días pasaban y como el pueblo estaba bastante adentrado en la selva no venían de la compañía eléctrica a reparar la avería. Florito decidió entonces subir a la torre para ver si podía arreglarla y al llegar arriba recibió una descarga de alta tensión que le hizo caer al suelo sin conocimiento. Se golpeó la columna y estuvo más de un año inválido. Empero, con el conocimiento de las plantas y su fuerza de voluntad logró volver a caminar. En otra ocasión se cayó desde un puente al lecho de un río y se golpeó la frente contra las piedras del fondo. Vio cómo la corriente se llevaba el chorro de sangre que le salía de la herida y, haciendo un gran esfuerzo, logró llegar hasta la orilla donde se desmayó. Su vida estuvo de nuevo en peligro y le costó recuperarse. Todo lo cual me recordó el libro Quirón, el sanador herido, en el que un antropólogo sostiene que en las culturas ancestrales que aún existen, los chamanes son a menudo personas que, por accidente o enfermedad, han hecho un viaje por la muerte y han regresado a la vida con el don de curar.
Con palabras sencillas, Florito me contó que él hacía terapia emocional porque las emociones negativas enferman a la gente. Frecuentemente las personas recurrían también a él para lograr salir de la adicción a las drogas. Y a tratarse de toda enfermedad grave. O, simplemente, en búsqueda de un mayor desarrollo de la conciencia. Después supe que iba cada dos meses a sanar a Chile. Un chileno enfermo de sida que había recorrido Europa buscando cura para su enfermedad sin resultado, pasó de regreso por Colombia, oyó hablar de Florito y le pidió que le ayudara. Éste accedió y los resultados fueron tan positivos que desde entonces un grupo de chilenos que padecen la enfermedad se hace cargo de sus viajes para que vaya a tratarlos.
Tras hablar con Florito, mi estado fue normalizándose y nos alcanzó un suavísimo amanecer tropical. Tras las intensas vivencias y la noche en vela me sentía agotado pero con una inmensa tranquilidad interior. Aquella noche las fronteras de mi mente se extendieron muchos kilómetros. Cuando regresé a España, un conflicto emocional que venía arrastrando durante años se resolvió en tres días. Tengo la certeza de que la terapia con yagé lo permitió.
Florito dejó en mi un grato recuerdo. Amigable, bondadoso y sencillo, ajeno a toda solemnidad, bromeaba con los participantes acerca de las peripecias de la toma de yagé como si fueran compañeros de un juego. Obviamente, me intrigaba cómo esa combinación de plantas podía ejercer unos efectos terapéuticos tan intensos. Y la respuesta, que hallé en mi propia experiencia, es que al entrar en estados de conciencia profundos hacemos consciente y liberamos los bloqueos mentales y emocionales que causan la angustia y las enfermedades. Desde mi experiencia, toda terapia efectiva da como resultado un mayor conocimiento de sí, pues éste es fundamental para ser lo que realmente somos y encontrar la paz.
El doctor Ramírez me contó recientemente por Internet que ahora está aprendiendo con otro taita llamado Alejandro, un anciano de ciento ocho años que camina, viaja y se expresa con total lucidez. Le está enseñando a anticiparse en el diagnóstico, a conocer lo que tiene un paciente simplemente sintiéndolo. Y que también investiga sobre los efectos del yagé para comunicar sus resultados a una universidad colombiana en la que realizan conferencias y tomas de yagé con los taitas para investigar su conocimiento secular. Es evidente que sus títulos académicos no les impiden acercarse con humildad a los taitas para aprender su forma de sanar.
La propia Naturaleza es posiblemente el agente con mayor potencial de sanar y equilibrar al ser humano. Su poder ha sido conocido en todas las tradiciones. Quizás por medio de la medicina no convencional este conocimiento se esté recuperando en Occidente para, apoyado en la medicina convencional y la tecnología, crear una nueva medicina para la salud.



Fernando Sánchez Quintana

¿QUÉ ES SER MÁS INTELIGENTE?

El Centro Médico Beth Israel Deaconess de Boston -en Estados Unidos- desveló hace poco que ha creado artificialmente -mediante manipulación genética- ratones que poseen un cerebro más grande de lo normal y, además, con más pliegues. "Es un cerebro como el que caracteriza a los humanos", dicen Christopher Walsh y Anjen Chenn, autores del estudio entregado a la revista Science. "O sea -siguen diciendo-, se trata de un cerebro más inteligente". Y añaden: "En principio, la creación de estos ratones sugiere que dentro de unos años quizás exista la posibilidad de aumentar artificialmente el tamaño del cerebro humano y ampliar nuestro potencial intelectual mediante técnicas de manipulación genética".
Seguro que sí, seguro que a nuestros descendientes no lejanos les duplicarán el tamaño y pliegues del cerebro científicos multicerebrados del Centro Médico Beth Israel Deaconess, pero, ¿es cierto que quienes así hinchen y plieguen y vuelvan a plegar los cerebros van a hacer que los poseedores de esos nuevos cerebros sean más inteligentes?
Más concretamente: ¿sigue siendo cierta la creencia de que más masa cerebral presupone una mayor inteligencia? ¿No se admite ya que la inteligencia humana tiene su asiento en la sincronización en fase de los dos hemisferios cerebrales, esos dos antagonistas que cuanto más energéticos son -¿más masa?- más potencialmente peligroso se hace su reconocido antagonismo? ¿Y quién puede afirmar que un humano es más inteligente que un ratón normal? Porque, a fin de cuentas -y ese es el problema-, ¿qué es ser inteligente? ¿Ser inteligente es sólo poseer un mayor neocórtex, eso que nos permite razonar y que es lo que nos distingue, en mayor o menor medida, de los restantes seres existentes en nuestro planeta? Eso es llevar la inteligencia a un simple problema de cuantificación cuando los humanos también -y en mayor medida- nos distinguimos por nuestros sentimientos y éstos son cualitativos. Que el amor no puede cuantificarse, el amor es amor o no es amor. Me refiero al auténtico amor, no a lo que solemos llamar amor. Y nuestra vida, ¿no se basa acaso en nuestro cerebro emocional que es el que puede hacernos felices o desdichados? Que nuestra vida no es cuanto nos acontece sino cómo sentimos -con gozo o sufrimiento- eso que nos acontece. ¿Quién es más inteligente: aquel que con su corteza cerebral razonadora inventa y construye bombas termonucleares o quien, utilizando el cerebro emocional -que no es el neocórtex sino el límbico- busca la solidaridad entre los humanos, un mundo, en definitiva, sin conflictos? Que ser más inteligente -a mí entender- no es crear un reloj con un timbre más estridente a fin de que mejor me asegure pueda llegar a tiempo al trabajo sino dejar que sea el sol y los pájaros quienes me despierten, sin prisas ni timbres estridentes.
El problema de la ciencia es que en sus raíces se comporta como una religión. Una religión menos estricta que las religiones monoteístas, es cierto, pero como una religión.
Me explico: una religión monoteísta se basa en una verdad revelada por alguien a quien ni siquiera podemos concebir y al que se le dan distintos nombres: nosotros le llamamos Dios. Y esa verdad, que se considera indiscutible porque su valor es absoluto, está expuesta en un libro. O sea, que la Iglesia -cualquier iglesia de cualquier religión monoteísta- sabe. Y lo que sabe no puede discutirse ni modificarse. Y lógicamente -que todo monoteísmo es teología racional-, cada religión tiene la verdad. Y como esa verdad -que es sólo “su” verdad- se considera absoluta es una verdad que segrega, no que une. Hasta el punto de que quien se opone a ella diciendo que la verdad es otra se considera un enemigo al que hay que exterminar.
Pues bien, la ciencia -como la religión- hunde también sus raíces en una verdad inicial aceptada que posee la fuerza de una revelación. Pero, en realidad, toda ciencia es tan sólo una metodología que excluye cualquier otra. Y así, la ciencia occidental establece una metodología de la corteza cerebral. Excluyendo, por tanto, cualquier otra metodología de conocimiento. De manera que para nuestra ciencia la inteligencia es básicamente más masa gris con más pliegues. Y esta verdad metodológica se convierte en una verdad, en principio, teológica. Algo que difícilmente se discute. Y que, desde luego, excluye y combate otra posible metodología.
Cierto es que hay que añadir que la ciencia está -afortunadamente- muy lejos de defender sus verdades con el rigor absolutista de las religiones monoteístas pero cierto es también que toda metodología científica que no incluya un conocimiento global es -en todos los casos- simple verdad fragmentada. Lo adecuado sería, por tanto, articular una metodología global, de integración de ambos hemisferios cerebrales, de manera que no nos encontremos con una ciencia en guerra de hemisferios.
Lo malo es que por conocimiento global entendemos ahora pensamiento único. Y pensamiento único no es pensamiento global sino el único pensamiento que impone la metodología oficial que, por ser la oficial, es la que puede imponerse.
Concretamente en esta misma revista, su director, en el editorial mensual de octubre, ha expuesto la necesidad de reciclar a los médicos. Y llamaba reciclar a la necesidad de que los médicos de nuestra medicina alopática -que es la oficial- acepten los postulados con eficacia probada de las medicinas alternativas. Y ello con una valoración no de medicinas alternativas -inferiores o, como mucho, complementarias- sino en un plano de igualdad. O mejor: de integración en una investigada y probada medicina global. Si bien para ello sería necesario precisar antes no ya qué es ser inteligente -que eso nos desborda- sino simplemente qué es enfermedad y qué salud porque es un hecho que toda medicina -que es otra metodología, o sea, otra forma de entender la enfermedad y consecuentemente la salud- tiene también sus razones -y no menos científicas- al definirlas. Porque enfermedad no es sólo -y no siempre lo es- aquello que decide incluir en su catálogo de patologías la Seguridad Social. Ni lo que incluye debe ser necesariamente tratado de la manera que la Seguridad Social impone.



Joaquín Grau

APROVECHAR LA ENERGÍA DE UN VIAJE FASCINANTE

Siempre se ha dicho que viajar elimina las fronteras, amplía los horizontes y abre nuevas perspectivas a la persona; incluso se oye en muchas ocasiones la ya famosa frase de “los nacionalismos se curan viajando”. Pero es más, el viajero, a la vez que va recorriendo el territorio por el exterior también va a realizar simultáneamente un itinerario interior como resultado de los estímulos y experiencias que le están llegando. De esta forma, conocer otros lugares y otras culturas se convierte en una interesante herramienta para nuestro crecimiento personal.
El viaje siempre representa una oportunidad de cambio. Es un alto en el camino cotidiano que nos permite reflexionar sobre lo que nos ha llevado hasta el punto en el que estamos o para intentar planificar los objetivos de futuro.
Es, por tanto, un elemento de cambio y crecimiento pues nuestra psique, al verse estimulada por un entorno nuevo, por otros paisajes, colores y sabores, por diferentes costumbres, idiomas o creencias, se despierta y se pone en disposición de afrontar desafíos y retos que en nuestra vida diaria ni siquiera nos hubiéramos planteado.
Si nos abrimos a la energía que se genera podremos realizar el proceso de forma consciente, lo que nos permitirá reafirmarnos en nuestras posturas o ver una nueva dirección o, tal vez, encontrar la pieza que nos falta y que necesitamos para hacer que todo funcione, o ayudarnos a tomar alguna decisión importante para nosotros...
Un viaje supone romper la rutina. La distancia física conlleva también un alejamiento mental y parecería que las preocupaciones se minimizan al convertirnos en observadores de la situación que vivimos. Además, al quitarle a las circunstancias la presión de la carga emocional nuestra mente funciona de forma más coherente, los pensamientos se reordenan y se potencian los sentidos dándonos la posibilidad de encontrar alternativas que antes pasaban desapercibidas.
Posiblemente surjan sentimientos encontrados. Junto con el gozo del viaje pueden surgir el miedo y la incertidumbre al adentrarnos en territorios internos no muy transitados. Es normal, como también lo es afrontar los procesos de crecimiento personal y de cambio constante en nuestra vida; cuando nuestras creencias o valores cambian puede que nos veamos impulsados a tomar decisiones y se produzcan momentos de inestabilidad pero no tenemos más remedio que admitir que en los tiempos que vivimos los cambios se están produciendo, sea con nuestro beneplácito o con nuestra resistencia.
El hecho de estar lejos de casa o del trabajo, en un entorno diferente, probando comidas distintas, hablando con gente nueva, asumiendo riesgos y retos, planificando cada día de forma abierta, sin rigidez, con la oportunidad de sumergirnos en profundidad en una cultura alejada de la nuestra en lugar de avanzar por su superficie, la experiencia de la convivencia en grupo... Todos ellos son factores que pueden introducirnos en un camino de sincronicidad y coincidencias significativas.
Cuando estamos abiertos y atentos tanto al mundo exterior como al interior nos abrimos al fluir de la vida, a la ampliación de consciencia y lo que vivimos, pensamos o intuimos tiene un mayor sentido. De esa forma podemos encontrar claves o referencias valiosísimas que de otro modo jamás alcanzaríamos.
Es importante, pues, que mantengamos una actitud de apertura y atención a cuanto sucede a nuestro alrededor y a las resonancias que eso provoca en nosotros.
Puede ser también el momento de plantearse objetivos para el viaje de una forma abierta. Sabemos que cuanto damos a nuestra mente una orientación todo lo que nos rodea se “confabula” para que las energías se dirijan hacia ese punto.
Tal vez podamos buscar espacios para la reflexión personal o sumergirnos en el silencio interior; quizás sea un buen momento para retomar nuestro vínculo con la naturaleza o para explorar nuevas relaciones; puede que el escenario en el que nos encontramos nos permita poner en práctica ideas o actitudes que antes nos cohibían; es posible que sintamos la necesidad de plasmar por escrito lo que estamos viviendo. Refugiarse en la escritura es asimismo una forma de canalizar la energía interna, de ordenar los procesos mentales y de abrir la puerta a la intuición. Así que es conveniente tener siempre a mano un cuaderno y un bolígrafo que nos permitan hacerlo.
Otra de las particularidades de los viajes es que centra nuestra atención en el presente, algo que en nuestra actividad diaria suele costarnos bastante. Sabemos que el cerebro no se estimula con la rutina sino que necesita alicientes nuevos que le mantengan activo y alerta. Lo que vemos, oímos, olemos o sentimos capta nuestra atención por completo y lo hace dentro de un contexto de emociones y sensaciones que favorece que las nuevas experiencias sean registradas por nuestra mente de forma muy intensa.
Por otra parte, el viaje nos brinda la oportunidad de liberar el mundo emocional, habitualmente encorsetado dentro de nuestro modus vivendi, lo que nos permite explorar aspectos de nuestra personalidad que normalmente están inhibidos o camuflados bajo convencionalismos sociales.
Y, por último, otro gran aprendizaje es ver el mundo en que vivimos de una forma más global, darnos cuenta de las diferencias de todo tipo que existen entre unos pueblos y otros y de hasta qué punto eso nos enriquece en lugar de distanciarnos. Nos capacita para apreciar la belleza en las diferencias, para disfrutar de las formas que nos sorprenden y descubrir la esencia que compartimos todos los seres humanos. Viajar nos hace abrir el corazón para apreciar lo que tenemos y darnos cuenta de lo que carecemos, rompiendo en muchas ocasiones nuestros esquemas mentales prefijados para descubrir una vez más que “no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita”.



María Pinar Merino

jueves, 29 de julio de 2010

UN EXCESO DE HOSTIAS QUÍMICAS

Medicamentos para enfermedades o enfermedades para medicamentos? O si lo prefieren más claro: ¿medicamentos para vencer las enfermedades existentes o nuevas enfermedades para vender más medicamentos? Porque ahora no estamos tristes, ahora tenemos depresión. Que la tristeza es un hecho natural que requiere remedios que no se venden en botica sino remedios culturales. Eso que es tan natural como cariño y comprensión. La depresión, en cambio, es ya una patología que sí requiere la intervención de un laboratorio que la combata con su cultura de la hostia química. Esa pastilla blanca y redonda que se disuelve en la boca y sustituye a la antigua comunión cristiana. Ahora los milagros no los hace Dios, ahora los milagros los hace un laboratorio farmacéutico. Su evangelio es un prospecto explicativo que, además, no exige arrepentirse de pecado alguno. Salvo el de tomar la comunión química con hostias que no sean de la competencia. Es la nueva guerra de las especias, aquella guerra de intereses que se disfrazó con el nombre de Santa Cruzada en la que un nombre de laboratorio-religión luchaba contra otro nombre de laboratorio-religión y que no era sino la guerra entre dos marcas de salvación. Y ya se sabe que salvación equivale a sanación. Que tanto Dios, como Alá, como Yavé no tratan sino de competir entre ellos por vendernos, cada uno, su maravilloso cielo particular en donde nadie muere de cáncer y donde, además, hay música celestial a todas horas. Esto en el nuestro aunque yo prefiero el otro, el cielo que ofrece huríes.
En resumidas cuentas, no hay tristeza, hay depresión que la tristeza no vende y la depresión sí. Lo malo es que con hostias -sean o no químicas- los humanos seguimos muriéndonos. Y lo que es peor, dado que los laboratorios no han encontrado todavía un nombre que sustituya el de suicidio y, en consecuencia, todavía no tienen un remedio químico específico para quienes deciden matarse, lo lamentable es, insisto, que por ello seguimos muriéndonos de automuerte. O sea, de suicidio. No de una enfermedad. Que de ser así, aparte dar un dinero a los laboratorios nos permitiría justificar eso que ahora, tan primitivos nosotros, llamamos suicidio.
Cierto es que, de hecho, nadie muere. Que, de una u otra manera, sin tomar conciencia de ello, todos nos suicidamos. Porque, de una u otra manera, todos nos matamos antes de que nos llegue la muerte. Pero lo triste no es que esto sea así, lo triste es que las estadísticas nos dicen que el mayor número de muertes en el mundo es por suicidio consciente. O sea, que nuestra infelicidad es tanta que preferimos matarnos antes de que la muerte llegue.
Y digo yo: ¿por que las multinacionales farmacéuticas no se dedican a darnos salud en lugar de dedicarse a fomentar el número de enfermedades que nos pueden matar? ¿Por que no dejan de asustarnos con frases insidiosas, de marketing truculento, como: "¿Has comprobado tu tensión? Ya sabes que una tensión alta mata". "¿Cómo vas de colesterol? Verifica su índice si quieres evitar el infarto". "Si has cumplido 50 años, ¿por qué no revisas tu próstata?" Como si la próstata fuera un coche. Y todo así: comprobar, verificar, revisar... O sea, pasar regularmente por la ITV a ver si hay suerte y tenemos que reponer alguna pieza, que ahí están las multinacionales para vendérnosla. Más todavía: si la enfermedad es mental -o sea, si simplemente estás triste, aunque esto ahora sea depresión-, entonces cuando alguien te cuente un chiste y salgas de la tristeza -o sea, de la depresión- el laboratorio te dice que no te fíes, que inmediatamente tomes la dosis de recuerdo. De recuerdo, naturalmente, de que estás enfermo, de que lo sigues estando y de que ya no dejarás de estarlo por más chistes que te cuenten. O sea, de que nunca dejes de tomar tu hostia química, la de la Iglesia-Laboratorio a la que te hayas afiliado vía sacerdote-médico.
Aunque justo es decir que los médicos, esos profesionales que expanden teórica salud recetando medicamentos cuya efectividad no pueden comprobar salvo mediante el sistema empírico de recetar y recetar y ver si funciona en sus enfermos, esos médicos que están hartos de verse sometidos al nihil obstat de sus obispos-laboratorio empiezan ya a llamar a la depresión tristeza, a no dar dosis de recuerdo y -descreídos ellos- a empezar a pasar de las creencias-laboratorio.
Cierto es que nos enferma la vida pero no menos cierto es que ahora, más todavía, nos enferma nuestra cultura, no sólo médica. El problema, por tanto, no es ya esa enfermedad mortal que es la vida, el problema ahora es ya nuestra cultura mercantil-capitalista que no sólo nos recuerda que vamos a morir sino que, además, ha puesto el pago de un constante peaje al hecho de seguir viviendo.
¿Por qué no volvemos a lo natural? ¿Por que no decidimos morir como Dios manda, o sea, morir de muerte? ¿Por qué no dejamos de preocuparnos de si dolor en la zona fronto-temporal de la cabeza, de si hormigueo en el dedo gordo del pie derecho, de si un gen que va por donde no debe, de si tenemos una neurona muda, sin chispa, de si perdemos memoria porque ya no nos acordamos de la famosa de turno, de si comemos poco sin preguntarnos si lo que no queremos comer es una porquería de precocinado...?
Yo, lo reconozco, hay días que estoy triste e, incluso, a veces me duele la cabeza y hasta se me tuerce alguna digestión pero sé que los días tristes lo son por acontecimientos que entristecen, que si me duele alguna vez la cabeza es porque duermo con una voluminosa almohada de hotel que me obliga a roncar mirando forzadamente mi nuez de Adán y que las malas digestiones van unidas a lo que como y cuanto como. Lo que no sé es por qué a veces siento un ligero hormigueo en el dedo gordo del pie derecho. Y eso me tiene a morir. ¿Será del colesterol, del exceso de azúcar, de la falta de sal, de la tensión, de un gen ácrata...? Decididamente voy a tener que buscar un fármaco porque he oído decir que así empieza el cáncer de dedo de pie derecho.



Joaquín Grau

LIBERTAD SIN CULPA

"La libertad es un estado esencial del ser, algo que se experimenta independientemente de las circunstancias porque brota necesariamente del interior”.

No cabe duda de que el ser humano ha dado pasos para luchar por la libertad y ha cosechado algunas victorias a lo largo de su recorrido histórico. Sin embargo, hoy día se enfrenta a una conquista mucho mayor: la recuperación de su libertad interior. Es éste un territorio que ha ido cediendo poco a poco y en el que ahora se encuentra más perdido, más desorientado, más inseguro que nunca.
Sabemos que es nuestra mente la que nos hace percibir la realidad de una u otra forma, la que nos atenaza con sus miedos, la que pone fronteras y parcela sentimientos y comportamientos. Es además la que juzga lo que es adecuado y lo que no, la que nos vende seguridad a cambio de renuncias, la que nos ha hecho creer que los riesgos producen dolor e inestabilidad ignorando que son el principal combustible de nuestro crecimiento. Es la mal entendida civilización occidental la que nos ha hecho, a través de sus sofisticados mecanismos, renunciar a tomar nuestras propias decisiones en favor de los que ostentan títulos, los que se presentan como intermediarios, los especialistas, los expertos... y, poco a poco, el ser interno va agonizando porque ya no le damos oportunidad de decidir ni en lo pequeño ni en lo grande.
Esa es la mayor falta de libertad, mucho mayor que la de estar entre rejas. Cuando la cárcel nos acompaña porque está dentro de nosotros mismos, cuando son las creencias las que nos impiden introducir cambios en nuestra vida, cuando hemos atrofiado nuestro sentido de la orientación porque hemos seguido el rumbo que nos marcaban los otros... no se es libre, ni siquiera se es independiente, aunque esa palabra esté constantemente saliendo en nuestras conversaciones.
La recuperación de la libertad perdida tiene mucho que ver con arriesgarnos a escuchar el impulso interno y con intentar vivirlo en la práctica, con afrontar el reto de tomar decisiones para aprender con responsabilidad las consecuencias que se derivan de ellas.
Es colocar el centro de la acción en uno mismo liberando a los que nos rodean de responsabilidades que no les corresponden. Es soltar apegos para sentirse bien en todo momento ya sea en soledad o en compañía.
Es sentir unión en lugar de lazos aunque éstos broten del amor. Es también aprender a desprenderse de las expectativas y de las dependencias de los demás hacia nosotros.
Cuando nos sentimos libres la vida transcurre de forma fluida, tenemos la sensación de que no es necesario realizar esfuerzos. La capacidad de observación de cuanto nos rodea se amplía y eso nos permite una mayor posibilidad de movimientos porque la libertad está muy relacionada con el movimiento, con la facultad de elegir hacia dónde dirigirnos, decisiones que resultan más fáciles cuando no sentimos las ataduras del entorno.
Pero es más: sentirse libre no implica sólo tomar decisiones sino la forma en que se toman, el modo en que vivimos lo que decidimos, que no tiene que ver con rupturas o abandonos sino con cortar las dependencias insanas que nos hacen colocar nuestro bienestar, nuestra salud o nuestra felicidad fuera de nosotros haciendo responsables a los demás por ello.
Podríamos compararlo con el vuelo de un ave: apenas un pensamiento, un deseo o una intención, un pequeño giro de sus alas y de su cola, que actúa como timón, y se produce el cambio de dirección, la ascensión o el descenso. Todo es simple, natural.
La libertad nos proporciona independencia y también una cierta distancia, un mayor grado de desapego hacia lo que ocurre fuera de nosotros mismos. Eso nos permite verlo todo con más perspectiva, con más claridad. Sin embargo, en ningún momento se producen indicios de aislamiento o alejamiento. La verdadera libertad significa presencia aunque sea en la distancia ya que se experimenta un claro sentimiento de pertenencia pero sin ataduras, sin impedimentos que interfieran nuestros movimientos.
Otro de los compañeros inevitables de la libertad es la soledad, una soledad buscada en la que no se necesita nada ni a nadie. Y no estoy hablando de autosuficiencia o soberbia sino de una soledad gratificante que tiene que ver con sentirse completo, con un estado de paz muy profundo que se mezcla con un sentimiento de poder, con identificar la propia fuerza interior. Eso nos da la sensación de tener un mayor control sobre nosotros mismos, de ser dueños de nuestra voluntad, de nuestras decisiones... sin sentir ninguna carga, ningún peso, ninguna atadura.
Esa libertad plena y gozosa tiene mucho que ver con conocernos a nosotros mismos y saber lo que queremos en todo momento. Es entonces cuando el horizonte se extiende ante nosotros como una invitación para explorarlo.
Normalmente, cuando hablamos de libertad usamos un cierto tono reivindicativo, como si tuviéramos que pelear por ella con los que nos rodean, convencerles de que el ejercicio de nuestra libertad no implica pérdida para ellos porque la verdadera libertad no tiene nada que ver con dejar situaciones, con abandonar personas o circunstancias para hacer nuestra voluntad.
La verdadera libertad, el sentimiento profundo que surge del interior no es fruto de necesidades externas que intentan compensar nuestras carencias o nuestra falta de entendimiento sino que es un impulso en el que nuestra esencia está y nuestra presencia se mantiene, en el que no hacen falta lazos que retengan, ni documentos firmados sino vínculos profundos de confianza y certeza profunda.
Una certeza que sólo podemos alcanzar cuando nos sentimos verdaderamente independientes, únicos, completos en nuestro ser porque sólo desde ahí podemos vivir la libertad de los otros.
En ese contexto los espacios se superponen y sólo existe un tiempo posible: el presente. Todo lo demás son trampas de la mente, engaños del ego.
En ese estado de libertad sólo hay presente, decisión y acción. Todo ello bajo un profundo sentimiento de responsabilidad y coherencia. Porque la libertad no está en absoluto reñida con el compromiso y con la implicación sino que son dos mecanismos que utiliza con frecuencia para expresarse.
La libertad del ser tiene que ver con el sentimiento más profundo de justicia y de orden y con darse cuenta de que en cualquier momento podemos girar un poco nuestras alas para cambiar de rumbo sin que por ello sintamos miedo ni tampoco lo sientan las personas que comparten nuestra existencia. Porque sólo se puede ESTAR desde lo profundo; si no es así sólo tenemos presencia física y eso tiene un valor relativo.
Es en ese estado de libertad donde podemos identificar nuestra trayectoria espiritual, donde podemos vivir el presente como una colección de momentos irrepetibles, donde podemos proyectar nuestra mente hacia el futuro sin que ello nos cause inquietud sino la confianza de que el Universo entero fluye para que cada ser alcance el propósito fundamental de su existencia.
Es sentirse sólo en el camino de la evolución y ver a los demás como compañeros de viaje que transitan por su propio itinerario. Es darse cuenta de que ellos tienen ante sí un horizonte igualmente amplio para manifestarse y aprend pero un horizonte distinto al tuyo, el que ellos han elegido.
Es identificar en lo profundo esa necesidad de independencia y libertad del ser a través de los siglos y ser fiel a ese impulso sin sentirse culpable por ello porque sabes que sólo de esa forma se puede adquirir consciencia, ejerciendo constantemente la capacidad de elección positiva que palpita en cada una de nuestras células físicas, de nuestros corpúsculos energéticos y de los procesos de nuestra mente.
Volar sin culpa significa colocar el centro de gravedad en el corazón y mirar al mundo desde ahí sintiendo que todo lo demás son órganos sensoriales para alimentar ese núcleo dedicado a generar decisiones.
Sólo se puede entender la evolución desde la libertad; sólo podemos vislumbrar esa ampliación de consciencia que tanto buscamos desde nuestra propia expansión, en un intento por integrar dentro de nosotros cuanto nos rodea para que forme parte de nuestro universo interior que es tan amplio, tan inmenso, como ese otro que contiene millones de galaxias.
La libertad no tiene que ver con concentrarse en uno mismo, con reducir el espacio en el que nos podemos mover haciéndolo cada vez más pequeño porque así tenemos más seguridad. Al contrario, tiene que ver con soltarse, abrirse, mirar más arriba y levantar el vuelo tomándonos la vida como una fuente inestimable de experiencias enriquecedoras, momentos que hemos de vivir con toda intensidad y consciencia valorando cada instante, cada situación, cada persona como un tesoro irrepetible. Es romper los miedos y lanzarse a volar sabiendo que hay tanto por descubrir, tanto por vivir..., sabiendo que nuestro Ser siempre orienta la brújula para que no perdamos el rumbo.



María Pinar Merino

DE LA BIOLOGÍA DE LA CONSCIENCIA A LA CONSCIENCIA DE LA BIOLOGÍA

Como si desde nuestro propio paisaje interior miráramos el paisaje, el mismo paisaje representa para cada observador una experiencia distinta, personal y única. Como si cada vez fuera un cerebro distinto el que leyera, cuando releemos el mismo capítulo encontramos nuevos significados. Desde la prisión de la rutina, el mundo de ayer es el mismo mundo de hoy, y todos los días tendrán el colorido gris del insoportable automatismo. Nos perdemos el mundo, el paisaje, la vida o aquello que en cada instante está naciendo, muriendo, siendo en nosotros.
En la última década hemos aprendido más sobre el cerebro que en todo el resto de la historia de la neurología pero seguimos tan ignorantes de los procesos de la mente y la consciencia que tal vez aprenderíamos más de los antiguos textos de budismo que en el cientifismo autosuficiente y dogmático que pretende reducir la mente y la consciencia- esos preciosos instrumentos de la evolución- a meros procesos emergentes del campo neuronal. Hemos confundido la mente con un estado de alerta y el capítulo sagrado de la consciencia lo hemos reducido a la consciencia de sí. Pero, obviamente, hay niveles de mente y de consciencia, y la misma biología es uno de esos niveles que comenzaron a desplegarse con el mismo desarrollo del reino mineral donde ya observamos el estado primitivo de la consciencia desplegarse en lo que llamamos leyes de la naturaleza. Porque las leyes naturales son una manifestación de la mente: la corriente de la evolución es un movimiento de la consciencia. Tomar consciencia de sí o de la consciencia es, sin duda, un nivel superior de la conciencia... pero no es La Consciencia. La corriente dominante de la ciencia pretende ahora que la mente es biológica y muy pronto llegaremos a decir que Dios es también un engendro emergente de nuestro pequeño universo neuronal. Sólo que ese universo neuronal es la emergencia de un universo no local, el mismo universo cuántico donde cada punto del vacío contiene todo el potencial del Creador. Ese universo es mental, como el universo emergente del mineral o lo biológico, como el universo del pensamiento y el de las ideas. Como el mundo de los arquetipos. La antigua distinción entre material y mental, entre cerebro, mente y consciencia, ha dejado de tener sentido. ¿Es material o mental la información contenida en este artículo? ¡Qué más da!
Es información mental-material, material-mental. En todo caso, es expresión de distintos niveles de la misma consciencia, precipitada en forma de ideas, de pensamientos, de imágenes, de lenguaje, de letras, de tinta, de papel. Hasta el dinero invertido en conseguir la revista y el movimiento de los electrones en la retina o el tracto óptico son manifestaciones de diferentes niveles de la consciencia. Ésta es el campo unificado en el que los dualismos aparentes nos revelan su armónica complementariedad.
Ahora sabemos, gracias a las técnicas de obtención de imágenes en el cerebro TEP -o tomografía de emisión de positrones- y RMF -o resonancia magnética funcional- cómo la mente despliega una película en el cerebro, revelándonos el modo en que los diferentes estados mentales hacen intervenir distintas regiones del cerebro de una persona normal.
Las más recientes investigaciones apuntan en el sentido de un cerebro que lee cada nueva imagen incorporándola en el paisaje de todas las imágenes anteriores. Cada imagen enriquece el contexto interior y, sobre ese lienzo renovado cada día, pareciera que construyéramos interiormente el paisaje de la vida. Cuando se vive conscientemente, cada experiencia es nueva, toda ocasión es única, la vida tiene los vívidos colores de un paisaje interior, el calor de lo que siempre ocurre en nuestra más profunda intimidad, el sabor de una sabiduría existencialmente vivida.
Podemos mirar una flor sin verla, podemos oír el canto del pájaro sin escucharlo, podemos existir, sin vivir la vida. Hasta podemos hacer el amor sin amarnos, y comprarnos la ilusión de ser felices en universos ajenos. Pero todo esto no es más que una caricatura de ese sagrado ritual de la vida, que instante a instante nos lanza a la corriente de Una Unica Vida.
En el territorio interior de la consciencia, la ciencia de vivir se puede convertir en oración o en poesía.

Miramos la flor y, si tomamos consciencia, se desata una visión: podemos desplegar el milagro de un jardín interior.

Abrazamos el hijo y, si tomamos consciencia, nos abrasamos en un fuego interior.

Miramos a los ojos de nuestra pareja y, si tomamos consciencia, la magia de la primera vez está otra vez en nosotros.

Miramos el pasado y, si tomamos consciencia, a la luz del presente podemos cambiar su significado.

Triunfamos o fracasamos y, si tomamos consciencia, aprendemos.

Alcanzamos la meta, y si tomamos consciencia, empezamos.

Caminamos, y si tomamos consciencia, descubrimos el ser en cada paso.

Cuando tomamos consciencia estamos tan al interior de nosotros y del universo que no hay adentro ni afuera, ni universo ni nosotros, sólo ese sagrado ritual de aprender que nos conecta a la Gran Cadena del Ser.


JORGE CARVAJAL

LOS QUE SOBRAMOS

Un muy antiguo adagio oriental afirma que "la vida duerme en la piedra, sueña en la planta, despierta en el animal y sabe que está despierta en el hombre". Lo que ningún adagio oriental dice -que yo sepa- es la razón de ese flujo vital que ha llevado, de momento, a que una piedra se crea ya un humano. O que un humano crea estar muy lejos de ser una simple piedra.
Hasta ayer, yo -como tantos- me sentía propicio a opinar que la mano que nos mueve -que consideramos invisible y a la que damos el nombre de Dios- era, en efecto, como afirma el adagio oriental, una mano tan invisible como bien intencionada y que no buscaba otra finalidad que abrirnos más y más nuestra capacidad intelectiva hasta el punto de haber hecho un corazón de una piedra. Pero ayer descubrí que no es así. Verán...
Ayer fui al aeropuerto. Se trataba de un vuelo corto. Un simple ir a Barcelona. O sea, no salir de nuestras fronteras. Aun así, en el control de equipaje el guardia civil de turno encontró que en mi bolsa de aseo guardaba una navaja multiuso de no más de cinco centímetros de largo. Algo que no era realmente navaja sino poco más que un cortauñas. Y ahí empezó mi despertar al auténtico conocimiento del proceso evolutivo de la humanidad. Porque el guardia que me abrió el equipaje, que desbarató su contenido, que me llevó a vaciar y mostrar el contenido de mis bolsillos, que me puso a un lado, después a otro, luego inspeccionó la chaqueta y, finalmente, echó la navajita en una urna de plástico transparente -que ya estaba llena de terribles sacapuntas y demás objetos similares- me dijo, ante mi protesta por su actitud, que me fuera, que yo allí sobraba.
Aclaro, en defensa de tan cumplidor guardia, que mi protesta fue, primero, señalar el pistolón que exhibía colgando de la cintura y, segundo, expresar que teniendo en cuenta esa arma y considerando que yo, potencialmente, le suponía a él tan sospechoso como él me suponía a mí, lo lógico era que también echara ese pistolón a la urna. Pero no hubo manera, ganó él. Y quedó claro que ganó por el simple hecho de que hay seres invisibles que me consideran a mí un delincuente y a ese policía no. Porque es de una claridad que deslumbra que si a mí me consideraran una persona honrada y de buenas costumbres, por lo menos me dejarían llevar -colgando de la cintura- mi navajita cortauñas.
A partir de ese momento, aunque no asustado, yo, con lo del cortauñas ya empecé a desconfiar, que siempre hay que desconfiar de quien, con pistola o sin ella, dice tratarnos mal por nuestro bien. Que a fin de cuentas se trata de sospechar de nosotros para protegernos de otros. De unos otros que, de momento, para él, y en el aeropuerto, era yo.
Pero ya digo, de momento no me asusté. Luego ya sí, un poco. Cuando la megafonía del aeropuerto repitió una y otra vez que no quitáramos el ojo del equipaje, que como se nos fuera la vista ¡zas!, equipaje que ha volado. Porque, al parecer, aparte del guardia que se quedó con mi cortauñas había otros -no sé cuantos ni quiénes- que pretendían quedarse con el resto de mi bolsa de aseo.
Y ya empecé a tener miedo. Y miraba a todos cuantos pasaban -guardias incluidos, que a fin de cuentas eran los que hasta ese momento me habían quitado algo- con mirada atenta, casi estrábica de tan escrutadora.
Y así, estrábico, subí al avión cuando, al sentarme, una azafata me exigió despojarme de todo cuanto no estuviera en mis bolsillos. Y eso porque mi asiento estaba en la fila 10, en la del Exit, y todo cuanto sobresaliera de mí podía ser un problema en el caso de que una emergencia obligara a los pasajeros a salir por allí, por encima de mi asiento. O sea, que ahí me tienen ya, pegado a la puerta del Exit y viéndome a mí mismo, con mis setenta y cuatro años, secuestrando el avión con mi navajita cortauñas.
Ciertamente, los invisibles que protegen a los guardianes -la Iglesia los llamaba ángeles de la guarda- utilizaron ese mi día de vuelo para recordarme que debía tener miedo, incluso de mí mismo. Fue un día -como todos- de terrores, terrorismo, terroristas... Pero yo, a pesar de todo, recordaba que el único terrorismo sufrido era la pérdida de mi cortauñas.
Y comprendí. O sea, me sigo explicando: eso de pasar de piedra a humano por impulso divino puede ser, pero sea o no divino el impulsado, el mecanismo es humano. Nosotros, que fuimos piedra inerte ante cualquier agresión, pasamos a planta en un intento por huir de nuestra inmovilidad pétrea; y el mismo mecanismo movilizó a la planta ante el temor que le provocaban sus pesadillas oníricas. Y así la planta se fabricó unas patas. Y ya hecho saurio, animal de sangre fría, con patas pero reducido a comer o ser comido, a atacar o a huir, el miedo le llevó a generar un cerebro límbico, afectivo, social, que permitió al primer mono nocturno agruparse y defenderse en manada. Con lo que ese dinosaurio que habíamos sido fue exterminado porque sabido es que el mono unido jamás será vencido. Pero en todo momento huyendo, buscando nuevas formas de defendernos de los invisibles, generamos eso llamado razonamiento y con el razonamiento creamos una Iglesia con su Infierno y un Poder con sus mercenarios, pero el razonamiento es dual y ha escindido nuestra percepción. De manera que la piedra, el árbol y el animal que un día fuimos han despertado y ahora hay un yo y un otro. Y el enemigo con su infierno ha pasado a ser el otro. Todo es ya el otro. Y el terror se ha hecho terror pánico. Hasta el punto de que, ya en desbandada, todos nos estamos segregando de la manada y, huyendo, buscamos ahora refugiarnos en el claustro materno, ese refugio uterino en el que el otro no existía. Por eso nos comunicamos desde el útero, desde la distancia, con móviles, por eso nos hablamos refugiados en el impersonal e-mail, por eso nos protegemos tras la membrana uterina de la pantalla de Internet. Motivados por un temor creciente nos vamos alejando más y más unos de otros. Y justificamos esa lejanía diciendo -eso sí, con la seriedad que le echan los científicos a sus verdades- que hasta las galaxias se distancian unas de otras. Y eso tras un Big Bang, una gran explosión. O sea, a base de dinamita, como los terroristas.
Y digo yo: si los invisibles fabrican misiles tierra-aire para abatir aviones, misiles que otros invisibles pueden comprar, ¿a que viene aterrorizarnos a nosotros por una simple navajita cortauñas? ¿Y por qué somos nosotros los que sobramos?



Joaquín Grau

CONFIAR EN LA VIDA

El sentido de la vida está plenamente relacionado con un impulso: la supervivencia. Y ésta, a su vez, con otro también fundamental: la confianza.
Es el caso de la confianza que alienta al espermatozoide que compite con varios millones más para llegar al óvulo y que, cuando llega a su destino, le hace de nuevo confiar en que aquél le aceptará, se abrirá y podrá entrar.
Luego, cuando nacemos, la confianza sigue presente; y es que no sólo ignoramos lo que nos vamos a encontrar sino que llegamos indefensos a un lugar desconocido sin saber quién nos va a recibir y qué recibimiento nos hará.
Sin embargo, casi todos, en un momento determinado, sentimos el impulso irresistible de empujar y empujar abriéndonos camino por un túnel oscuro y angosto sin saber a ciencia cierta qué nos espera al otro lado. Confiando, una vez más, en que al final de ese trayecto está lo que necesitamos. La naturaleza, después de meses de preparación y gestación, se vuelca en ese momento trascendental y todas las fuerzas -tanto de la madre como del niño- se alinean con el objetivo de alumbrar, de dar a luz.
Todo el que ha asistido a un parto ha podido comprobar que es un momento maravilloso en el que parece que el universo entero se para una milésima de segundo para observar cómo nace a la vida un nuevo ser. Pues bien, ese momento contiene, en sí mismo, toda la fuerza y la magia de la creación. Y para el ser humano es su primera prueba de confianza. La primera que le enfrenta a un reto, la primera que le hace romper una barrera: el primer miedo.
A partir de ese momento, en el que el niño muestra una confianza absoluta en la vida, va a encontrar muchos momentos en los que se va a sentir igualmente retado. De hecho, apenas unos instantes después abre sus ojos dispuesto a ver, extiende los brazos esperando que alguien le reciba en los suyos, busca el contacto con otro ser, el latido de otro corazón que le haga sentirse seguro... y sigue dando pasos poniendo en práctica su confianza una y otra vez.
La prueba máxima para él llega en el momento en que ha de dar su primera inspiración, cuando siente la necesidad de llenar sus pulmones de aire e inspira una y otra vez confiando en que el aire estará ahí, que habrá aire para su siguiente inspiración. Confiando...
Así pues, llegamos a la vida como seres débiles e indefensos y es nuestra propia vulnerabilidad la que nos hace confiar. Confiar, sobre todo, en los que nos rodean, conscientes de que dependemos de ellos para nuestra supervivencia.
En esos primeros instantes, como seres independientes, el impulso de confiar es tan fuerte como el de sobrevivir. Y es el instinto vital el que activa ese mecanismo de confianza ciega.
Después, a medida que pasa el tiempo y acumulamos experiencias, vamos perdiendo la confianza incondicional con la que nacimos y, a cambio, aprendemos a protegernos del exterior con dos propósitos fundamentales: huir del dolor, en unas ocasiones, y buscar la felicidad, en otras.
Así pues, cuando llegamos a adultos manejamos una buena colección de mecanismos instintivos que nos ayudan a sobrevivir pero, ¿confiamos en la vida?
Planteado de ese modo parece una frase grandilocuente pero podemos acercarla a nuestra realidad cotidiana bajándola alguna octava y preguntándonos: ¿Confío en los que me rodean?
Vivimos en un mundo de interacciones constantes y cada vez con más claridad comprobamos en qué medida nos afecta lo que sucede a nuestro alrededor y cómo somos afectados por el entorno.
Todos sabemos que las relaciones interpersonales son los motores fundamentales de nuestra existencia pero también que, a menudo, se convierten en una de las principales fuentes de nuestros conflictos.
En el mundo de la empresa, por ejemplo, uno de los objetivos más perseguidos es crear equipo, lograr grupos operativos de trabajo donde las personas encuentren su función, puedan desarrollar sus potencialidades y sean capaces de unir sus esfuerzos para alcanzar objetivos comunes previamente planteados.
Y se produce lo mismo en cualquier grupo del que participemos: la familia, los amigos, los compañeros... Y es que en todos los aspectos de nuestra vida precisamos cubrir tres necesidades básicas:

Sentirnos incluidos. Saber que pertenecemos a ese grupo y que nos consideran parte de él, que se cuenta con nosotros.
Sentir que tenemos control sobre las decisiones y las acciones de ese grupo, que sabemos cuáles son las reglas del juego y que participamos activamente en él.
Sentirnos queridos, aceptados y reconocidos por lo que somos, no por lo que tenemos o sabemos.
Esos tres aspectos, cuando están cubiertos, producen personas maduras, seguras, equilibradas, capaces de interactuar perfectamente con los demás, sin conflictos en el dar y el recibir, sin dependencias ni reclamaciones exageradas.
Y no cabe duda de que una de las piedras de toque con que vamos a enfrentarnos en la interrelación con los demás es el tema que hoy nos ocupa. Porque para que una relación sea sana es preciso que se asiente sobre un substrato de confianza mutua.
Es importante para la persona sentir que goza de un espacio de seguridad donde puede expresarse con plena libertad, donde coseche el respeto hacia sus ideas y su persona, donde no se sienta juzgado y mucho menos condenado. Y es que si no tiene ese espacio terminará desarrollando una serie de mecanismos o escudos adoptando posturas ficticias que no corresponden a su personalidad interna sino que son fruto del miedo. Esa es la primera piedra de un muro que se empieza a levantar entre los protagonistas. A continuación vendrán los problemas de comunicación, las ideas preconcebidas, la inflexibilidad para renunciar a las posturas adoptadas, la crítica, el juicio... Y ya estará creado el ambiente, sembrada la desconfianza y todo lo que suceda a partir de ese momento será recibido a través de ese tupido filtro que hemos colocado.
Pero, ¿por qué es tan difícil crear un espacio de confianza? Porque da igual que sea un grupo de varias personas o una pareja: el problema se plantea en ambos casos. Aunque cuando se produce en un grupo se hace mucho más complejo ya que se desencadenan una serie de acciones y actitudes tendentes a buscar el apoyo de los otros miembros del grupo para los propios posicionamientos con lo que se producen escisiones que en nada favorecen la concordia y la comunicación.
¿Cómo romper, pues, esa situación? ¿Cómo capitalizar esa experiencia que está siendo dolorosa para aprender de ella? Un buen consejo es alejarse un poco, intentar observar la situación desde la distancia porque así podremos ver aspectos que antes nos pasaban desapercibidos. Por ejemplo, apreciar desde dónde habla o actúa la otra persona, cuál es el bagaje de experiencias que la han llevado hasta donde ahora está, ver sus circunstancias, su momento, sus motivaciones... Y -a poco que observemos sin enjuiciar- descubrir qué reclamación hay tras esa actitud, qué miedo trata de ocultar, qué necesidades intenta cubrir...
Si hacemos una buena observación intentando partir de cero, sin prejuzgar, olvidando la historia pasada, como si estrenáramos la relación, seguramente encontraremos un enfoque de la situación o de la persona que antes no habíamos visto. La comprensión lleva al entendimiento y éste a la aceptación de las diferencias sin por ello sentirnos atacados ni sentir que nos están quitando algo que nos pertenece.
La experiencia grupal, la relación interpersonal, sea de la índole que sea, es la más bella de las escuelas. Es la fuente de aprendizaje por excelencia, donde podemos hacer realidad nuestras ideas, nuestras inquietudes, la pista de pruebas donde experimentar los impulsos internos. La vida nos proporciona un feed-back real, mucho más auténtico que los test de laboratorio de la Psicología.
La confianza en la vida nos haría verla como una escuela de aprendizaje y experimentación constante con la conciencia de que vamos a proyectar las experiencias que necesitamos para seguir atendiendo a ese impulso que nos hizo llegar a este mundo, un impulso que sigue haciéndonos empujar -empujar con fuerza- para salir de los corredores oscuros donde a veces nos metemos y para confiar en que, al final de él, siempre se encuentra la luz.



María Pinar Merino

EL NEGOCIO DE LA ENFERMEDAD

Si alguien cree que los furibundos ataques que cada cierto tiempo reciben investigadores independientes de todo el mundo a los que se acusa poco menos que de charlatanes o estafadores con el apoyo de los ministerios de Sanidad, medios de comunicación, colegios profesionales de médicos y farmacéuticos, asociaciones de enfermos y diversas fundaciones de salud se deben a que éstos velan por nuestra salud pública es un auténtico ingenuo. La razón es que la salud es hoy un negocio controlado por una gigantesca mafia que compra voluntades.

La tormenta estalló en un vaso de agua. En 24 horas se montó una caza mediática. De poco sirvió que los afectados -pacientes, familiares o médicos- llamaran a los programas de televisión y radio para contar -para sorpresa de los tertulianos- los beneficios que habían experimentado tomando el Bio-Bac. Éstos –expertos en todo-, sorprendidos por semejantes defensas cuando lo que esperaban eran gritos de indignación, no supieron reaccionar. Así que, a falta de argumentos, acabaron hablando de los “milagros” en medicina, del “efecto placebo”, de los beneficios cuando ya no se esperan de los tratamientos convencionales... en suma, de cualquier cosa que defendiera la “infalibilidad” del sistema. Todo antes que asumir que el producto funciona. Evidentemente, “morirse dentro del sistema“ tiene la ventaja –sobre todo para el propio sistema- de que casi nadie se plantea su funcionamiento. Y no nos referirnos ya a los errores de diagnóstico -difíciles cuando no imposibles de demostrar-, a las posibles negligencias médicas -casi inútiles de plantear- o a los efectos secundarios de ciertos medicamentos -que a veces son peores que la propia enfermedad en tratamiento- sino al hecho de que es perdonable porque es “gratuito” (como si no lo pagáramos con nuestros impuestos). Y es que mucha gente acepta hasta morirse si el tratamiento no le cuesta dinero.
A fin de cuentas, en realidad es el “sistema” el que hoy está cuestionado. De hecho, así queda de manifiesto tras analizar algunos documentos extraídos, por otra parte, de fuentes poco sospechosas de comulgar con otra Medicina que la oficial.

LOS INVESTIGADORES

Empecemos por la raíz, es decir, por la credibilidad de los científicos e investigadores. Basta para ello recordar la noticia aparecida a primeros de año en The Guardian: “Científicos cobran de las farmacéuticas por firmar artículos que no han escrito. Textos redactados por ‘negros’ se publican en prestigiosas revistas británicas y estadounidenses”.
Según la denuncia, un número por determinar pero abundante de científicos aceptan de las empresas farmacéuticas grandes sumas de dinero a cambio de poner sus nombres en artículos que no han escrito y en los que se recomiendan nuevos medicamentos. Los autores reales son “negros” pagados por las empresas farmacéuticas interesadas en la distribución de un determinado producto. Y esos artículos se pueden encontrar en las publicaciones científicas más “importantes”. En algunos casos –siempre según el informe- los científicos ni siquiera han visto los datos sobre los que supuestamente escriben. Es más, incluso llegan a dar conferencias basadas en esos estudios ante colegas suyos y en encuentros patrocinados por la empresa farmacéutica recibiendo a cambio sustanciosas cantidades: en algunos casos entre 2.500 y 3.000 euros por conferencia, además de los desplazamientos y los hoteles.
Fuller Torry, director ejecutivo de la Fundación Stanley para Programas de Investigación con sede en Bethesda, Maryland (EE.UU.), declaraba en The Guardian: “Muchos creemos que el actual sistema se aproxima a algo que podríamos denominar prostitución profesional de alto nivel”.
Robin Murray, director de la división de Medicina Psicológica del Instituto de Psiquiatría de Londres, manifestaba por su parte: “Me acuerdo de un psiquiatra británico muy conocido al que le pregunté cómo estaba. Y me contestó: ‘¿A cuánto estamos? Estoy tratando de averiguar qué fármacos tengo que recomendar hoy’”.
El asunto está lejos de ser anecdótico. Sobre todo si relacionamos esa información con esta otra publicada hace poco en el diario “El Mundo”: “Medicamentos 'asesinos' en los tribunales de los Estados Unidos”. La noticia decía lo siguiente: “(...) La responsabilidad de los científicos sobre el contenido de sus estudios adquiere significado entre los casos que están siendo juzgados por tribunales de Estados Unidos donde parientes de personas que se suicidaron o mataron a alguien mientras seguían un tratamiento de SSRI (inhibidores selectivos de la serotonina) -el tipo de droga al que pertenece el Prozac- dicen que fueron esos fármacos los responsables de sus muertes. Según David Healey, un psicofarmacólogo de Gales que ha facilitado las pruebas de ello a las familias afectadas, las compañías se basaban en artículos cuya autoría, aparentemente, era de unos científicos que, de hecho, ni siquiera habían visto los datos originales en los que se fundamentaban los estudios. El doctor Healy, que accedió a los datos que las compañías guardaban en sus archivos, afirmó: ‘Muy bien podría ser que un 50% de los artículos sobre medicamentos que han aparecido en las principales publicaciones no hayan sido escritos de la forma debida que la gente normal de la calle espera de sus autores’. Pudiera ser que muchos de los investigadores que soportan el peso de la experimentación no puedan mantenerse ajenos al éxito y el dinero.”

NUEVO FRAUDE

En septiembre de este año un informe interno de los Laboratorios Bell en Estados Unidos concluía que Jan Hendrik Schön, alemán de 32 años y estrella ascendente de la Física, se inventó los datos de al menos 17 experimentos para convertirlos en éxitos que atrajeran la atención mundial. El informe de investigadores externos al laboratorio concluyó que no existe prueba alguna de que el científico obtuviera los resultados comunicados en 17 de los artículos publicados entre 1998 y 2002 en las más prestigiosas revistas científicas. Schön, además de ganar varios premios, fue propuesto como director del Instituto Max Planck de Sttutgart (Alemania) y en opinión de algunos colegas hubiera podido ser candidato al Nobel de Física.
El diario “El País” publicó sobre ello un interesante artículo de Emilio Méndez -catedrático de la Universidad del Estado de Nueva York- titulado “Las sombras de un escándalo científico” en el que se habla de la “importancia” de escribir en las revistas científicas. Allí podía leerse lo siguiente: “Tampoco salen bien paradas en este suceso revistas científicas del renombre de ‘Science’ y ‘Nature’ donde han aparecido los supuestos descubrimientos, ni los prestigiosos comités que han premiado a Schön y sus colegas por ellos (...) Si alguna vez lo hubo, hace mucho que pasó el tiempo en que ciencia y sociedad iban por caminos separados, sin influirse la una a la otra. El científico no es hoy el individuo aislado del mundo que persigue sus descubrimientos guiado sólo por el afán de conocimiento y la búsqueda de la verdad, sin interesarse por la sociedad en que vive y sin ser afectado por los ritmos de una época en que reinan la velocidad, el éxito y la fama. Consciente del valor de la ciencia, la sociedad le concede un puesto central y, a cambio, espera de ella algo irrealizable: soluciones definitivas e inmediatas.”
“No es de extrañar que, ante tales expectativas, los científicos a menudo vayamos con la prisa del hombre de negocios o que hablemos con la superficialidad del político. El éxito profesional se mide hoy por el número de publicaciones, no por su calidad; y lo que no debiera ser más que un medio se convierte en el fin mismo de nuestro trabajo. Por eso publicamos más que un Lope de Vega y nuestra agenda se asemeja ya a la de un viajante. En cambio, leemos y pensamos poco, y no dedicamos a nuestros estudiantes el tiempo y la dirección que merecen.”
“Jaleados por los medios de comunicación y presionados por los administradores del dinero prometemos más de lo que podemos ofrecer, ya sea sobre electrónica molecular, el ordenador cuántico, el origen del universo, la fusión nuclear o la cura del cáncer...”

LOS LABORATORIOS

Grandes multinacionales han asumido el negocio de la salud, de su salud. Su primera regla de oro debiera ser pues la salud pero su naturaleza privada, su condición de corporaciones industriales, les impide olvidar lo sustancial de su naturaleza: el beneficio económico. El diario “El País” publicaba en enero del 2000 esta noticia: “La psicosis de gripe permite a dos laboratorios recuperar su inversión”.
Y en ella se decía:“La epidemia de gripe que aparentemente asola el globo no es tan extensa ni seria como parece pero está haciendo las delicias de Roche y Glaxo Wellcome, los dos laboratorios que han lanzado al mercado las medicinas que resuelven el problema. Ambas compañías están inmersas en una intensa campaña de marketing que les ha costado miles de millones de dólares en todo el mundo y han conseguido que la gente se precipite a las farmacias a por sus fármacos a pesar de que la incidencia de la gripe no es mayor que en años precedentes.”
“(...) Es difícil de probar. En los Centros para la Prevención y Control de la Enfermedad de Estados Unidos no quieren hablar sobre ello pero lo que hay en marcha es una intensa campaña de bombardeo de la opinión pública para dar a conocer la existencia de los nuevos fármacos y ese es el momento en que, como todos los años, ataca la gripe”.
Una fuente de una compañía de relaciones públicas que trabajó en el lanzamiento de otros productos farmacéuticos afirmaba al diario: “Como no se puede hacer publicidad de este fármaco porque se vende con receta lo que se hace es crear un clima de opinión, ruido, informaciones en la prensa”.
Pues bien, a pesar de todas esas sospechas y según confirmaba el diario “...el martes pasado el Ministerio de Sanidad dio luz verde al medicamento por lo que este se venderá desde el lunes próximo sin financiación pública a 3.895 pesetas el envase para tratar la gripe durante cinco días. Rafael Matesanz, director de Acción Primaria y Especializada del Insalud, insistió en la baja utilidad terapéutica de este inhalador que ha sido criticado por las autoridades médicas de todo el mundo, incluida la FDA estadounidense”.
No es de extrañar que ante semejante comportamiento de las autoridades sanitarias tengamos que leer titulares como el siguiente en el diario La Razón: “Los fármacos contra el catarro crean dependencia”.
“Según los especialistas –decía la noticia-el uso de descongestivos nasales es poco recomendable. Su empleo provoca mayor mucosidad en los siguientes días y una futura dependencia del fármaco que llega hasta la adicción. Debido en gran parte al gran volumen de publicidad de los medicamentos para los síntomas de resfriado ‘ha habido un gran abuso de este tipo de productos; no son recomendables y en formatos de spray nasal mucho menos´’, afirma Karlos Naberan, coordinador del grupo Respiratorio de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria”.
Más adelante, en el mismo artículo, puede leerse: “Hace poco más de dos años, un estudio de la Universidad de Yale vinculaba una sustancia denominada fenilpropanolamina, presente en muchos de los medicamentos en los últimos 50 años, con un mayor riesgo de hemorragia cerebral en las mujeres”.

COMPARACIONES ODIOSAS

En suma, puede que haya medicamentos que curen pero algunos de los autorizados también pueden matar. Curiosamente, el Bio-Bac no pero algunos de los medicamentos que han superado todos los controles sí. El mismo día que surgió el escándalo del Bio-Bac -pero en letra mucho más pequeña- se podía leer en el diario “El País” lo siguiente:“Un fármaco anticoagulante provoca cinco muertos en el Reino Unido”.
Según la noticia, la Agencia Europea de Evaluación de Medicamentos informaba de que cinco pacientes habían muerto a causa de reacciones alérgicas graves tras tomar Refludan. El producto había sido autorizado por la Unión Europea en 1997 y se calcula que 35.000 pacientes han sido o están siendo tratados con él. El comunicado oficial indicaba que las reacciones alérgicas mortales se produjeron después de que los pacientes recibieran repetidas veces el medicamento.
Tampoco quedan demasiado lejos en el tiempo las muertes atribuidas a un medicamento de la firma Bayer comercializado como Baycol o Lipobay. La multinacional alemana se vio obligado a retirarlo del mercado después de que se le atribuyeran 52 muertes. Las pérdidas económicas fueron cuantiosas ya que con él la multinacional ganaba más dinero que con la famosa aspirina. El año anterior a su retirada del mercado Bayer facturó por este medicamento 900 millones de euros.
De hecho, hace sólo unos días la Audiencia Provincial de Madrid admitió a trámite las denuncias sobre el Lipobay de la Asociación el Defensor del Paciente contra Bayer y la Agencia del Medicamento del Ministerio de Sanidad. En su auto, la Audiencia -que revoca resoluciones anteriores- señala que aunque no exista responsabilidad penal por homicidio o lesiones contra alguno de los pacientes que tomaron el medicamento es posible que se de “una imprudencia respecto al acaecimiento de las lesiones y las muertes”. La demanda interpuesta en su momento tiene que ver con informaciones aparecidas en las que se señalaba que Sanidad ya estaba advertida de los riesgos de Lipobay antes de retirarlo del mercado.

LA POLÍTICA SANITARIA

Nadie puede poner en duda el poder de los laboratorios farmacéuticos. Sólo cabe preguntarse hasta dónde son capaces de llegar con tal de rentabilizar una investigación o por evitar las pérdidas que supone la retirada de un medicamento. Y ese poder –que puede ser directo o indirecto- hoy es casi siempre de carácter económico. Por tanto, cabe preguntarse también si la clase política es independiente frente a los intereses de las grandes compañías. Seguro que los mencionados dirán que sí pero, para muestra, un botón. Esta es la noticia aparecida en el diario “El País” en abril del 2000: “Sanidad ha creado ya cinco fundaciones de investigación financiadas con dinero privado. Los laboratorios farmacéuticos, principales socios de los nuevos proyectos farmacéuticos.”
Y recojamos, como ejemplo, lo que se dice sobre una de las fundaciones, la Fundación para la Investigación y la Prevención del SIDA en España (FIPSE): “El patronato de esta entidad privada fundada para financiar investigaciones sobre el SIDA está formado a partes iguales por representantes del Ministerio de Sanidad y seis laboratorios farmacéuticos (Abbott, Boehringer, Bristol-Myers, Glaxo Wellcome y Roche). Las seis tienen fármacos contra el sida y aportan 500 millones de pesetas anuales conjuntamente a la fundación que, según advierte, nunca financiará investigaciones sobre medicamentos, algo que cada compañía debe de hacer por su cuenta...” ¿A alguien le puede caber duda de que las investigaciones y los medicamentos aprobados nunca serán contrarios a los intereses de tan generosos socios?
Terminemos este recorrido por la periferia del sistema recogiendo la opinión de Miguel Vicente, profesor de investigación del CNB en “El País”. Su artículo se titulaba “Póngame cuarto y mitad de medicinas”y en él podía leerse lo siguiente: “¿Corren riesgo de desaparecer las medicinas que curan? La respuesta afirmativa es excesiva pero la industria farmacéutica parece hoy día concentrar sus esfuerzos en el desarrollo preferente de medicamentos que no curan la enfermedad sino que neutralizan los síntomas clínicos y, en el mejor de los casos, contrarrestan pero no corrigen alguna de sus causas (...) A largo plazo pudiera ocurrir que nos encontremos sin medicinas para curar enfermedades como las infecciones, que ya nos parecen algo del pasado.
(...) La lógica dicta que las empresas no sólo necesiten generar beneficios sino que además deban asegurarse de que los van a obtener de manera continua. Cada tipo de empresa lo logra de una u otra forma, ya sea extendiendo el préstamo hipotecario para la compra de otros bienes, ofreciendo recomprar el coche que se paga a plazos sustituyéndolo por uno nuevo y más plazos, o, en el caso de las farmacéuticas, vendiendo medicamentos que han de consumirse a diario y de por vida.
En este esquema de medicina de consumo los antibióticos son medicinas muy malas: tienen la indeseada propiedad de curar por lo que un paciente a quien se le prescriben deja de comprarlos al cabo de poco tiempo; generalmente, porque se cura o porque, desgraciadamente, fallece. No es así el caso de, entre otros, los antihipertensivos, antiasmáticos, anticancerosos y muchos antivirales (...) Los medicamentos se convierten de esa forma en artículos de consumo pues el paciente ha de adquirirlos casi como quien compra el pan convirtiéndose en una fuente de ingresos continua para el fabricante y manteniendo ocupados de forma permanente a los profesionales del sistema sanitario y sus asociados.”
Tal es el panorama, contemplado de una manera global y con datos procedentes de fuentes poco sospechosas de querer dinamitar el sistema de salud. Así que en este marco que hemos dibujado, ¿qué pasaría con alguien que pretendiera permanecer al margen de los intereses de los grandes laboratorios? Pues probablemente lo mismo que pasaría con quien quisiera comercializar un producto sustitutivo de la gasolina al margen de las grandes corporaciones. Ustedes me entienden.



Antonio Muro

FRASES MITICAS


NADA IMPORTA NADA