Hilos de luz y color, conciertos celulares de sonido, tejidos de emociones y pensamientos, la trama de la energía va formando campos de expresión de la única realidad: la conciencia. Conciencia material en el cuerpo físico que estudia la medicina occidental, conciencia electromagnética en el campo de energía que modulan las medicinas energéticas, conciencia emocional y mental que estudian las diferentes ramas de la psicología, conciencia transpersonal de la religión. Los niveles de energía son niveles de conciencia. La conciencia conduce a la relación, haciendo del nuestro, un universo relacional que evoluciona hacia la unión. La unión consigo mismo en el hombre es conciencia de sí. La conciencia grupal es conciencia del alma que se manifiesta en servicio y hermandad.
Desde la conciencia del átomo hasta a conciencia transpersonal, en la que el hombre se reconoce como agente del alma, la evolución es el ascenso de la conciencia por sucesivos estados vibratorios de la energía que denominamos cuerpos o campos, pero que en última instancia son estados de conciencia que manifiestan diferentes propiedades energéticas. Comprendiendo que toda vida es la expresión de un campo unificado de conciencia, desde la perspectiva bioenergética es tan importante el nivel de la conciencia material de células y moléculas, como su manifestación transpersonal a nivel del alma.
Eso que llamamos vida es así, un nivel de expansión de la conciencia en la que, como decía Teilhard de Chardin, la trama evolutiva se va haciendo reflexiva por un proceso de enrollamiento sobre sí misma.
La Revolución de la conciencia.
Necesitamos hoy trascender el modelo individualista de práctica médica hacia un modelo transdisciplinario que va más allá del propio marco cultural, y accede a un universo transpersonal y transcultural. La última y no por menos importante de las consecuencias, es el actual proceso de síntesis, en el que diferente modelos terapéuticos empiezan a revelar más su complementariedad que sus aparentes contradicciones, y se pueden ver, en la perspectiva bioenergética, como fases de un único proceso que ha abarcado desde el nivel biológico hasta el cultural. El contexto de dicho proceso es el de una revolución de la conciencia cuya escala es, cuando menos, planetaria.
La conciencia del terapeuta
A veces, por no decir que casi siempre, nos embarga el sentimiento de que, a pesar del portentoso avance en el campo de la comprensión de los procesos del cuerpo denso hasta el nivel bioquímico, estamos aún trabajando en un campo humano de energía e información que no conocemos. Más duro aún, es comprender que frecuentemente nos vemos abocados a tratar de resolver en otros, aquello que aún no hemos podido resolver en nosotros mismos. Y cuando la terapéutica se realiza en frío, desde un nivel externo, alimentado por la memoria y la fórmula sin vida, la patología se perpetúa, no sólo en el paciente sino en nuestro propio vacío interno, que surge cuando nos aprisionamos en una rutina que se repite automáticamente día a día. Una reformulación del qué hacer médico, de la relación médico paciente y del mismo marco de nuestro ejercicio profesional se pone a la orden del día. Así como el psicoanalista ha debido vivir el proceso de psicoanálisis, y el homeópata ha experimentado frecuentemente en si mismo los síntomas propios de un medicamento, es aún más importante que el terapeuta tenga un conocimiento vivencial de aquellas prácticas que involucran la participación de los procesos de la conciencia.
Si nuestros estados de salud son un reflejo directo de nuestros estados de conciencia y, más aún, si la opinión que tenemos de nosotros mismos –una variedad de la conciencia de sí- es un factor mayor para definir el pronóstico futuro de nuestra salud, ¿qué estamos haciendo como terapeutas para mejorar nuestro propio equilibrio mental y emocional que forzosamente se refleja en la calidad de interacción con nuestros pacientes?..¿Qué hacemos efectivamente por mejorar nuestro estilo de vida –el nuestro y el de los enfermos- ¿Nos hemos comprometido en una estrategia preventiva?
¿Incrementamos la conciencia –en otras palabras liberaos- o seguimos anclados al viejo modelo que genera cada vez mayor dependencia y termina por minimizar los propios recursos biológicos y culturales de los pacientes? La experiencia nos dice que la respuesta a preguntas cruciales, en el estado de cambio vertiginoso que afrontamos en la era postmoderna, no son las más halagüeñas. Pareciera que las nuevas necesidades crecen a una velocidad mayor que nuestra capacidad para ofrecer soluciones creativas y prácticas.
La emergencia de la Sintergética
La Sintergética es una hija del surgimiento de la nueva cultura, producto de una humanidad diferente a aquella que debimos como médicos abordar con criterios casi puramente bioquímicos. Estas necesidades, que incluyen el suministrar una respuesta seria al desafío de la creciente polución electromagnética y el desarrollo monstruoso de la petroquímica, también se relacionan hoy con la elaboración de estrategias que nos permitan afrontar ese vacío existencial, que se ha hecho más intenso en el clímax del consumismo y la crisis en los antiguos patrones de relaciones.
El terapeuta para la nueva cultura no podrá ser el antiguo médico metido en la camisa de fuerza de actitudes, valores y creencias que se pretenden aplicar, como por inercia, a un hombre que ya no existe. El software.la información, la conciencia del mundo y de si- trasforma de tal manera el Hardware, el disco duro de su realidad molecular, que después del ingente bombardeo de los medios masivos de comunicación, el mismo cuerpo humano no podrá tener idénticos patrones de respuesta. Los nuevos desafíos ya no sólo incluyen la necesidad de dar respuesta a la contaminación microbiana, química y electromagnética, sino que imponen la búsqueda de soluciones para un problema de repercusiones más globales para la calidad de la vida humana: el de la polución informática. Medicina de la conciencia que se diversifica en cascadas de información, energía y materia, la Sintergética asume la conciencia misma como el común denominador que puede integrar paradigmas médicos y técnicas terapéuticas, en una meta visión que dé vigencia social a una medicina que, de tal modo, será más humana.
Hemos de ver la amenaza como un desafío para crecer; como una preciosa oportunidad para humanizarnos. Y esta humanización es la armonización de patrones relacionales representados en la incesante búsqueda de relaciones humanas justas. Estas y la armonización relacional del individuo consigo mismo y con la naturaleza, serán así capítulos esenciales dentro de las nuevas ciencias de la vida, como disciplinas concebidas para sistemas abiertos en permanente transformación. Lejos de los extremos del materialismo estrecho y del vitalismo idealista, lejos incluso de un holismo que totaliza pero no aporta soluciones pragmáticas, la medicina postmoderna expone un integrismo dinámico y fluido, que ya empieza a abrirse paso en un marco relativista, para el que la verdad no es más que un momento de síntesis, en el que múltiples tendencias confluyen para crear la dinámica momentánea de la vida.
En busca de sentido
Más que un ente biológico, el hombre es un ser relacional profundamente marcado por las huellas de una cultura de síntesis que, sin negar las peculiaridades y riquezas de cada subcultura, nos ha englobado en una corriente planetaria. La transformación de la conciencia humana supone un desplazamiento de la simple lucha por la existencia hacia una cada vez más vívida necesidad de trascendencia, en la que las funciones grupales, el sentido de la vida, la responsabilidad frente a la vida planetaria se hacen cada vez más tangibles. Ya no basta la ausencia de malestar físico, emocional, mental y social. Se reconocerá que algún grado de desequilibrio es el motor de los procesos humanos. Ya no será suficiente la lucha contra la enfermedad y la muerte, -estas incluso podrán ser vistos como contingencias necesarias en un camino de aprendizaje vital- Estará al orden del día, por sobre todo, un sentido de vivir, una finalidad, la búsqueda de un propósito, el descubrimiento de un cauce para la propia corriente. Tal vez el resultado sea la conciencia plena de ser parte esencial y activa de una corriente mayor que se moviliza por el gran cauce de la creación.
En esta cultura naciente se adivina una generación de hombres en los que el genio intuitivo y el intelecto, el físico y el chamán, l místico y el científico, empiezan a realizar unas síntesis vivenciales que nos aporta una nueva visión de la realidad. Eso que llamamos el mundo objetivo es relativo al observador, lo que en otros términos pierde expresarse en la conocida aserción “Vemos el mundo no como es sino como somos.” El rápido y profundo cambio en nuestra imagen ha transformado la imagen del mundo en que vivimos; pero el cambio en la forma de concebir el universo produce a su vez un cambio en nuestro patrón de relaciones con ese universo, lo que provoca el hecho de que muy pronto nuestra propia imagen se vea de nuevo profundamente alterada. El ciclo se cierra y se fortalece, y una nueva transformación en la imagen del mundo tendrá ocurrencia. Así, nuestras relaciones con el universo se transforman en una espiral sin fin cuyo acceso es cada vez más vertiginoso. Es por ello que anclarse hoy a las antiguas formas de pensamiento –que cada vez son menos antiguas- es una forma de suicidio inconsciente, una especie de marginamiento de la corriente de la evolución (Podríamos decir aquí que la evolución es el mismo movimiento de la conciencia).
Los agentes de salud en la nueva cultura
Cuál podría ser nuestra participación en medio de este proceso crucial?
No se le puede pedir peras al olmo, ni amor a quien no se ama, ni esperanza a quien no cree en su potencial humano. No podemos dar paz si nuestro pensamiento finaliza en los enlaces moleculares. No podemos contribuir en la expansión continua de la conciencia, que caracteriza los procesos humanos, si no hemos recreado el mundo en el propio campo totipotencial de nuestro silencio humilde. Antes aprendimos la materia médica, la ciencia del cuerpo. A veces me pregunto si ya estrenamos el cerebro, si somos por lo menos respetuosos del instinto, si además de dosificar en miligramos por kilo, sabemos conducir sin desgaste inútil el enorme potencial del pensamiento hacia un objetivo.
Si los médicos conociéramos tan sólo la inmensa utilidad de imaginar vívidamente, si asumiéramos conciencia de cuánto nuestro compromiso, nuestro entusiasmo y nuestras creencias inciden en el campo de conciencia del paciente; si sólo pensáramos que nuestra actitud repercute más duradera y profundamente que las moléculas que manipulamos; si pensáramos que una de las causas de la crisis de la medicina contemporánea es la profunda disociación entre nuestra mente y nuestro corazón, lo que nos ha llevado a una especie de esquizofrenia existencial; si pudiéramos acallar el pensamiento y la memoria por unos momentos y sólo escuchar; si permitiéramos unos instantes la expresión de la ternura, y dejráramos a un lado el propio miedo del fracaso y la pesada impotencia impuesta por la rutina gris sin recompensa externa; si la satisfacción nos viniera desde adentro, y empezáramos a descubrir el sendero de nosotros mismos; si supiéramos que como servidores tenemos un destino y un propósito en el seno de la familia humana; si simplemente, en fin, pudiéramos fluir en el propio cauce y en la misma dirección de la corriente propia, una inmensa paz sería nuestra mejor herramienta terapéutica. El seguro más seguro. El mejor canal de la eficiencia.
Alguien decía que todas las acciones son como ceros que no tienen valor sin un dígito que los preceda. Y la paz interior es el dígito. Sin paz interior perdemos la economía energética.
Un agente de salud en la Nueva cultura será ante todo un servidor armado de altruismo con amplitud de miras, capacidad de síntesis, espíritu de servicio, y por sobre todo, un compromiso permanente con el hombre cuya necesidad creciente exige respuestas que abarcarán desde el bienestar del cuerpo físico hasta el descubrimiento de un sentido real de la existencia.
JORGE CARVAJAL
domingo, 24 de abril de 2011
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