NO SOMOS NUESTRA BIOLOGÍA
Nuestra visión del aborto no puede estar desligada de la visión que tenemos de la vida, de la muerte, de la humanidad. ¿Somos el cuerpo? Y si es que no somos sólo este precioso instrumento de evolución de la conciencia, ¿a partir de cuándo estamos en él?. ¿Quién entra en el cuerpo cuando nacemos y quién parte cuando el cuerpo deja de funcionar?
¿Quiénes ese que habita en nuestro cuerpo?
El ser humano ha heredado de la gran cadena de la vida un maravilloso instrumento pero las evidencias antropológicas y la portentosa evolución de los últimos millones de años nos enseñan que el hombre no es sólo un animal que va ascendiendo. Es también un héroe interior, un ángel, una chispa de dios, el alma que va descendiendo. La humanidad es un punto de encuentro y de síntesis de los tres reinos de la naturaleza. Siento que no soy el cuerpo, pero el cuerpo me lleva por la vida. Es como una carroza impulsada por la fuerza del caballo de los deseos y dirigida en su rumbo por el jinete del pensamiento. Pero alguien va al interior, uno que conoce el destino y generalmente mora en silencio al interior del vehículo. Emplea la mente para comunicarse con su instrumento. ¿Quién es ese que habita en nuestro cuerpo, siente en nuestra piel, ve por nuestros ojos y utiliza el cerebro para reflexionar y crear a partir del pensamiento? ¿El que observa en nuestros ojos, toca en nuestro tacto, da sentido a la percepción de los sentidos? El alma.
No se muere la vida, se mueren los cuerpos
Somos el alma, no hay duda, pero lo olvidamos, entonces asociamos la muerte al final de la vida. No se pierde la vida. Así como por su vestido no podemos definir a la gente, por lo cuerpos no se puede definir la entidad del ser humano. No se muere la vida, se mueren los cuerpos, las formas humanas, no sus esencias. El cuarto reino de la naturaleza, el humano, es una emergencia de la conciencia evolutiva que permite el acceso a una etapa original de la conciencia: la conciencia reflexiva o conciencia de sí. En el hombre la conciencia se hace consciente de sí misma y emprende ese sendero de interiorización que le ha permitido la expansión de una creatividad, como el maravilloso don de la humanidad.
Ese alguien, capaz de entregar lo mejor de sí mismo a una causa, no es el cuerpo: la vida viene al cuerpo, se va del cuerpo, pero sigue viva.
No es sólo la conservación de un cuerpo animal lo que nos permite ser humanos. El cuerpo que nos puede expandir y liberar puede convertirse en una lóbrega prisión cuando no existe el amor.
¿Por qué habríamos de condenar a la verdadera entidad humana a una prisión? ¿Por qué habríamos de pensar que la vida que habita en el cuerpo es el cuerpo y llega a su fin con el cuerpo? La vida es una corriente continua. Viene al cuerpo, se va del cuerpo, pero sigue viva. Es personal pero va más allá de la persona. Es una gota en el río de la conciencia, una ola en el océano.
Vivir es liberar, no es atrapar la vida
El cuerpo, ese precioso instrumento que nos ha legado la evolución, es un medio para liberar, no para atrapar. Y el amor es el gran liberador. Interrumpir la gestación consciente y responsablemente puede ser paradójicamente, un acto de gran responsabilidad y amor.
El ADN no ve, ni un montón de células en un tubo de ensayo. Sin observador que los utilice no tendrían sentido el microscopio o el telescopio. Sin el alma que lo habite no tendrían sentido los sentidos. Alguien utiliza nuestros sentidos, ese habitante interior capaz de traducir el paisaje en un poema o en una explosión de colores en el lienzo. Alguien capaz de entregar lo mejor de su vida a una causa como la familia, la patria o la humanidad. Pero ese no puede ser el cuerpo, ni el cuerpo embrionario, ni el cuerpo fetal, ni el patrón del cuerpo. El sentir, la visión, lo sentidos y el cuerpo no van desligados de la vida. La biología preserva la vida con la muerte, pues ya cuando nacemos muchas células han debido morir para que muchas células conectadas pudieran vivir. Esta ley biológica en el cerebro es radical ya desde la vida fetal. Neurona que no puede interconectarse, comunicarse muere. La vida es aprendizaje, comunicación, comunión, movimiento del amor y no sólo biología. Vista desde la perspectiva de la biología moderna, la vida es un patrón de relaciones que genera aprendizaje. Vivir es aprender, morir es dejar de aprender, aunque siga viva la biología.
No somos nuestra biología, ni nuestras células. Somos un campo de inteligencia que en ellas se precipita. Pero ese campo tiene una sustancia: el amor.Amor que se expresa en el ritual de la fusión, en la relación entre el hombre y la mujer, en la atracción entre los opuestos para revelar su complementariedad.
Nuestro yo es un campo de conciencia en la realidad embrionaria, que escucha, recoge y refleja el ambiente que lo rodea
Y cuando no podemos aprender, ¿qué es de la vida? Y cuando no podemos ser amados por nuestros padres, ¿cómo se afecta la vida? Y cuando no podemos amarnos –y al prójimo como a sí mismo- ¿qué es de nuestra vida? La primera clave de la conciencia es identidad, una yoidad que es el comienzo, el punto de partida del tejido de la vida. Somos habitantes de un campo de conciencia del que el cuerpo es el instrumento. Sin ese campo de conciencia el cuerpo no tendría vitalidad ni sentido. El desafecto, el abandono, el desamor, son nefastos par un recién nacido aunque su biología disponga de todos los demás nutrientes. Los niños acariciados crecen mejor y más rápido. La separación precoz de la madre, como cuando el niño va a una incubadora, puede tener efectos negativos para su salud futura. Los traumas emocionales durante el embarazo, los nacimientos difíciles, la hipoxia pueden conducir al mismo tipo de dificultades tanto psíquicas como físicas.
Los embriones escuchan, los fetos resuenan con la voz y lo sentimientos de sus padres, el campo de conciencia que es la vida fetal y embrionaria comulga con el ambiente que lo rodea. Y pueden también sufrir la separación y el rechazo psíquico, captar la tristeza o la depresión de la madre. Los padres y el ADN que de ellos heredamos son antenas que albergan las resonancias de los antepasados hasta el presente. El pasado está presente en el feto, y los programas grabados son también registrados por esa doble antena espiral que nos conecta al programa de la vida.
Sin el campo relacional del amor no tiene sentido la vida
La corriente entrante de la vida que llega y que no es sólo el cuerpo ha de habitar en un campo de conciencia que determina su viabilidad. Para que la vida no sea simplemente la supervivencia vegetativa en la que se vive el horror de una muerte en cámara lenta, necesitamos generar espacios de amor, de lo contrario simplemente condenamos seres humanos, padres, madres e hijos a vivir lo que no están preparados aún para vivir, aunque lo hagamos en nombre de la vida. Preservamos el cuerpo aunque los hayamos arrancado del campo relacional del amor que da sentido a la vida.
La propuesta es muy sencilla. Ser profundamente respetuoso de la cultura, la religión, las creencias, las convicciones, en fin, de la conciencia íntegra de cada quien y acompañarlo a decidir con responsabilidad y madurez para acoger, si es el caso, una vida humana que se ha de dignificar.
Entendiendo que no es que tengamos lo hijos porque sí. Es como si recibiéramos el honor inmenso de la vista de un alma, un hermano o hermana, que viene a nosotros, porque nos ha escogido para vivir una experiencia de aprendizaje en el cuerpo. Más que juzgar, hemos de preparar las condiciones adecuadas para acompañarlo en una decisión libre y sincera de preparar el ambiente físico y humano adecuado para dar lo mejor de su amor al ser que busca expresarse en el cuerpo.
MAS ALLÁ DEL CIENTIFISMO Y LA RELIGIOSIDAD
El aborto es una cuestión de humanidad
Cuando una niña de diez años es brutalmente violada y rechazamos la posibilidad de que aborte, ¿cuál es la vida humana que decimos defender? ¿la del embrión, condenando a un ser humano, por nuestra “defensa de la vida”, a vivir sin madre, sin padre, sin hogar y sin amor? En nombre del derecho a la vida podemos condenar el alma a vivir en la prisión del cuerpo una vida que, en tales condiciones, raramente podrá alcanzar el estatus de la vida humana. ¿Defendemos acaso, con nuestro rechazo a este aborto, la vida de una niña, cuando realmente la estamos condenando a ser madre sin haber terminado de vivir su propia infancia?
En verdad ponemos a la niña fuera de lugar al igual que al hijo o hija que habría de nacer, así como a los abuelos y a la familia en el seno de la cual nace. La vida no sólo es biología celular y sus dimensiones cuantitativas de espacios y tiempo de desarrollo. En términos humanos, la vida es también una cierta cualidad del amor que mueve y dinamiza nuestra biología. Y esa cualidad está presente como una corriente que se va precipitando gradualmente en el cuerpo. ¿Desde cuándo? ¿Hasta cuando? Desde antes hasta después, pues el sentido común nos dice que la vida no comienza ni acaba en el cuerpo.
Más allá del dogma religioso y del reduccionismo científico
Para comprender nuestra vida no nos bastan ni el cuerpo ni la biología molecular del ADN. Para vislumbrar la dimensión del aborto es necesario ir más allá del dogma religioso y del reduccionismo científico. Tratándose del ser humano, es necesario referirnos a su humanidad, para lo cual habríamos de trascender las ciencias biológicas e involucrarnos también en las ciencias humanas que, por ser humanas, no son menos científicas. Tendríamos que considerar al menos el diálogo feto-materno, en el que la psique de la madre y la pareja juegan un rol determinante, tanto en el desarrollo del feto como en la calidad de su vida futura. Las mujeres que se sienten queridas por su maridos tienen menos complicaciones obstétricas. Los hijos amamantados por el amor de sus padres desde la concepción tendrán mejor salud en el futuro.
Y por qué no decirlo también con claridad, para realizar un enfoque integral del aborto tendríamos que sumergirnos en el campo de las ciencias espirituales. El término mismo parece paradójico, pero un método que al ser repetido por muchos conduce a resultados comparables puede ser considerado científicamente. Si un método de oración grupal conduce a efecto constatables sobre la salud de los individuos, que son estadísticamente válidos, ese método de oración puede ser vislumbrado como una auténtica ciencia.
La oración, la meditación, la devoción por la vida, el pensamiento amoroso pueden ser métodos que nos conduzcan a resultados que antes sólo podíamos concebir desde la biología molecular. Pensamiento y sentimiento actúan sobre las moléculas; los pensamientos positivos o negativos del entorno, comenzando por el materno, actúan sobre el embrión. Si una madre y su entorno no están en condiciones de llevar la música del amor al instrumento del cuerpo estamos condenando el alma al desamor. Y esa es la peor de la muertes. En nombre de la vida revindicamos la muerte, porque confundimos la vida con el cuerpo y terminamos defendiendo el cuerpo, no el agua abundante de vida que a través de él ha de fluir. No somos sólo un cuerpo animal, pero nos aferramos sólo a ese cuerpo sin considerar para nada el alma que lo habita. Al confundir así el cuerpo con la vida, defendemos el cuerpo y sacrificamos la vida.
La condena a una vida sin amor es una condena a una muerte lenta
La falta de amor tiene consecuencias biológicas que podríamos comparar con la falta temprana de oxígeno. Sabemos hoy que la expresión de los genes depende de su entorno molecular o epigenético. Desde la misma perspectiva, el ambiente biofísico como el de los campos electromagnéticos, el emocional y el mental inciden decididamente en el ADN como en todos los sistemas biológicos. La ausencia de amor tiene efectos catastróficos sobre el desarrollo fetal. En nombre de la vida que se dice defender, la continuidad de un embarazo no se puede ni se debe imponer. El amor no se impone. El embrión y el feto necesitan de ese nutriente esencial para la vida. No proporcionarlo equivale a condenarlos a una desnutrición afectiva temprana. Aunque no haya un aborto físico, retener un embrión o un feto sin consentimiento es alterar toda la epigenética que determina como se expresa nuestro genoma. Con nuestras condenas lo único que conseguimos a veces es conservar el instrumento y abortar la sinfonía de ese proyecto humano que es el proyecto del alma.
Es bien paradójico que en nombre del Dios del amor condenáramos a la gente por su error real o supuesto a tener a sus hijos sin amor. Las consecuencias saltan a la vista. Y los hijos, muchas veces más de los que podríamos tener dignamente, se convirtieron en una pesada carga más que en una maravillosa devoción. Desde muchos hogares fracasó la lección de la devoción por la vida. Y la misma vida humana decayó en una amargaducha por la supervivencia.
Cuando la supervivencia quedó garantizada, las cosas no parecieron ir a mejor. La satisfacción de los sentidos, el placer y el poder se convirtieron en paradigmas de la felicidad. Consumidores de esta falsa felicidad, caímos en la crisis de sentido y el vacío existencial. Pero no hemos tenido tiempo de darnos cuenta de que cuando vivimos para sobrevivir, o para el poder y el placer, perdimos el sentido de la vida.
Los adolescentes, perdido el sentido de la vida, buscan encender la hoguera del alma
Ese sin sentido fue el nido en que muchos de nuestros adolescentes crecieron. Ahora se buscan, en sus cuerpos, en sus almas, en sus crisis de sentido, en la calle y el botellón del fin de semana. Buscan encender la hoguera del alma. En el sexo, en el ritual de la fusión, buscan la unión con ellos mismos. Comprendamos al buscador que hay en cada búsqueda aunque transitoriamente se encuentre perdido. Salvémonos del juicio y del prejuicio y los infiernos de todas las inquisiciones prometidas. Humanicemos la vida. La responsabilidad es la capacidad de responder desde la vida, con la vida por toda la gran corriente de vida que nos une a la creación y esa responsabilidad más que una carga o pesada obligación es esa sublime devoción que surge cuando en la vida se ha encendido el amor.
El derecho a la vida es el derecho a no abortar nuestro proyecto humano
El del aborto no es un problema del primer día o los tres primeros meses. Es el de toda la vida. Cuando abortamos nuestro proyecto humano, cuando un niño muere de hambre a los diez años, cuando renunciamos a entregar lo mejor de nosotros, estamos abortando nuestro proyecto humano..El derecho a la vida no es un derecho vegetativo, no es el derecho a ocupar la prisión de un cuerpo o a nacer en una familia sin la sagrada nutrición del amor. El derecho a la vida es el de utilizar el cuerpo como instrumento de la música sagrada del amor, por que la vida es música. Y la existencia es una danza. Cuando rescatemos la danza, el amor tendrá la levedad de la alegría y en el hogar habrá regocijo porque los padres habremos encendido la hoguera del corazón de los hijos y ellos sabrán qué es una familia. Entonces amarán la vida de todas maneras. Amar la vida, humanizar la vida para que lo más sagrado no se convierta en mercancía.
Respetar el libre albedrío en cada quien para que la ética no sea la rigidez impuesta del debería ser sino una ciencia viva de ser, un permitir a aquellos que vienen a disfrutar de las mejores condiciones para llegar una vida digna de ser vivida.
Somos habitantes de un campo de conciencia
No es suficiente con describir el habitante del embrión, o del cuerpo desarrollado, porque también somos habitantes de un campo de conciencia que trasciende el cuerpo y la biología en la que aparentemente están restringidos.
Pues así como muere el cuerpo biológico, existe una Biología de la muerte de la que podríamos aprender un poco más del sentido de morir. Así como nuestra Biología es el sustrato que nos permite el desarrollo y expresión del amor, también existe una Biología que relata el amor. Preguntas cuya respuesta no puede ser sólo biológica o religiosa. Habrá de ser ante todo humana, pues la humanidad es un camino.
¿Somos humanos a partir de un momento dado de la evolución biológica? ¿La humanización como tal es un evento en el tiempo y en el espacio del cuerpo o es un proceso ligado a la conciencia? Estamos vivos porque habitamos un cuerpo ¿Es vida sólo la vida en el cuerpo? ¿Se acaba la vida? ¿Y qué hay antes de la vida? ¿Nada? ¿Venimos de ninguna parte y luego nos vamos al cielo, al purgatorio o al infierno? ¿Regresamos?
Hay una gran diferencia entre el conocimiento y la sabiduría. Entre el conocer y el comprender. Es cierto que conocemos y que a veces entendemos, pero no comprendemos. La sabiduría se encarna y tiene vida. Se refrenda con la vida. El conocimiento puede coexistir con el miedo, la culpa, la manipulación, la irresponsabilidad o la incoherencia.
Si simplemente pusiéramos la conciencia en la cuestión de nuestras observaciones no tendríamos que caer en el absolutismo reduccionista de la biología o la religión. La epidemia de abortos, como los problemas de la economía y de la ecología, son problemas de conciencia. Porque la humanidad es esa etapa de una evolución continua en que la conciencia que fluye por lo reinos de la naturaleza se hace consciente de sí misma. Conciencia de la conciencia, reflexión, la luz se vuelve al interior He ahí la diferencia. Ya que de humanidad se trata, no basta el cuerpo, ni los genes, ni la herencia, ni siquiera la epigenética y un entorno más o menos favorable. Es necesario esa talidad que se autoasuma, un músico que toque el instrumento, una música que descienda al seno de las moléculas que en ella encuentran su sentido. El potencial humano esta allí, latente, tal vez desde el big-bang como nos lo propone el llamado principio antrópico. Pero no basta el potencial, es necesaria su expresión en vivo y en directo, su manifestación o encarnación.
Lo cierto es que el ser humano del cual hablamos es más que un objeto acabado en el cuerpo, un proceso de continua encarnación, de continuo nacimiento. Estamos asistiendo a nuestro propio nacimiento como humanidad. Pero muchas veces aún no nacemos, porque no puede ser cierto que la violencia es humana. Es sólo una evidencia de lo que nos falta aún para ser humanos.
LA VIDA ES LA VIDA
Nadie es él, aunque su cuerpo esté completo
La biología es portadora de la humanidad pero no es la humanidad. Absurdo sería pensar que el genio de Mozart está en su violín, pero no lo sería menos el pensar que ti eres tú o yo soy yo sólo cuando nuestro desarrollo embrionario ha concluido., Pero ni Mozart es su violín terminado, ni tú, ni yo ni ninguno de nosotros es su cuerpo aunque el cuerpo ya esté completo. Confundimos el agua y el recipiente, la vida y el cuerpo, el músico y el instrumento. Entonces nos confundimos cuando hablamos de la vida, la muerte y el aborto. Esta confusión aumenta cuando creemos que la muerte del cuerpo es el final de la vida y que, ya sea la unión del óvulo y del espermatozoide, o el comienzo de la vida fetal son el comienzo de la vida, como si no viniéramos de ninguna parte. La conciencia es independiente del cuerpo, se expresa e el cuerpo que emplea como su instrumento. La conciencia individual, encadenada a la gran corriente de la vida, ha debido estar allí antes de aterrizar en el cuerpo y continua después de despegar de él. Es conciencia.
Eso que oscurece nuestra idea de vida ha distorsionado nuestra visión de la muerte, hasta el punto de oscurecer hoy mismo el diagnóstico cierto de muerte ¿Es muerte la muerte cerebral? En términos humanos la vida se relaciona con la posibilidad de la conciencia, y aunque haya vida en todas las demás células, si el alma, el músico, no puede tocar el instrumento del cerebro, no habrá vida digna de llamarse humana.
Creer que la vida es el cuerpo es como identificar el violín como causa de la música
¿De dónde venimos? ¿De los genes? ¿Aterrizamos de la nada infinita en el ADN de nuestros padres? ¿quién llega? ¿Quién parte) Es eso lo importante. El músico que toca el instrumento en la sinfonía de esta vida y que un día deja de lado el instrumento, como si no viniéramos de ninguna parte y no tuviéramos el sagrado derecho a regresar.
Pero creer que la vida es el cuerpo es una creencia tan falsa como la que identificaría el violín como causa de la música. Aunque no la oigas, la música ya es música. Aunque no la puedas fotografiar o atrapar en un embrión de ocho semanas, la vida es la vida. Entre la música y el instrumento, la conciencia. Entre el espíritu y el cuerpo, la conciencia, el alma, expresión de la conciencia reflexiva en nosotros. Se termina el cuerpo, sí, no la vida. El sentido del instrumento es la música. El sentido del músico es la música. Aunque no la podamos envasar, sigue. Es negar el plan, esa partitura del creador que dio lugar a la creación en nosotros.
Los adolescentes, hijos de lo que hemos sido
Mucho de nosotros, diría que casi todos nosotros,,hemos fracasado, por nuestra dualidad e incoherencia, en el proyecto de enamorar a lo adolescentes de hoy de nuestro proyecto de vida.. Hemos enseñado desde las normas externas pero no las hemos refrendado con nuestra propia vida. No hemos enseñado de esa ciencia viva que consiste en respetar y amar toda forma de vida y en actuar con responsabilidad.
Los hemos metido a ellos, nuestros hijos, en la camisa de fuerza de un debería ser que por lo menos a nosotros no nos ha conducido a la felicidad. Ahora pretendemos por decreto que tengan una sexualidad sana. Se rebelan contra nosotros y claro está contra ellos mismos y lo que de veras son. No nos ven hoy –yo dría que afortunadamente- como modelos a seguir. No quieren tener hijos como una carga o una imposición así ésta venga de un creador que ven tan lejano de ellos como de nosotros mismos. Podríamos legislar en nombre de la teología y de la ciencia, pero ¿dónde quedó nuestra humanidad y la de los fetos o embriones que a través del castigo y la imposición están condenados desde tan temprana edad a la lenta muerte del desamor, tan cruel como la del hambre de los millones de niños que mueren sin que clamemos todos a una por el derecho sagrado a la vida?
Cuando menos hay incoherencia, con careta de hipocresía. Una tremenda devoción por normalizar, juzgar y condenar, una ética externa al margen de nuestra propia práctica, hecha de creencias y prejuicios, falsos infiernos y paraísos que niegan nuestra humanidad.
EL FANTASMA DE LA VIDA
-Trascender el materialismo positivista: preservar el amor
….este vivir ¿qué será?
Mil muertes se me hará
pues mi misma vida espero
muriendo porque no muero.
San Juan de la Cruz
Morir porque no morimos. Si pudiéramos comprender la profunda ciencia espiritual de los místicos en ese “saber no sabiendo toda ciencia trascendiendo”. Es una invitación a
trascender el materialismo positivista que nos revela esas fronteras de la conciencia superior en que cada ser humano también habita. Allí no estamos sólo atrapados en el mundo del cuerpo. Allí se disuelve el misterio de la muerte y comprendemos que es muriendo como se vive, que es dando como se recibe. Que al morir, disolviendo formas y apariencias se revela el ser que es la esencia: morimos cuando no morimos, morimos cuando vivimos para la forma o la apariencia. La forma de muerte más cotidiana es no aceptar la impermanencia que es en realidad nuestra esencia, salir de la corriente de la vida y vivir en las orillas de creencias, confusiones y comodidades, como también sacrificar la vida, que es sagrada, al placer, al poder, a los sentidos y perder el sagrado sentido de vivir.
No se trata de preservar a toda costa el cuerpo. Se trata de preservar el amor. No se trata sólo de dar soporte al cuerpo. Es necesario avivar el fuego. La vida intrauterina se nutre de otros ingredientes esenciales. Cuando sólo estamos atentos a los materiales, no tendremos la presencia del músico, el alma. Será un bello instrumento olvidado, un cuerpo repetido entre los muchos, pero la vida humana, individual y creativa, no estará plenamente animada por el alma. Que el alma anime. Que la conciencia esté presente. Que el amor encienda. Que la responsabilidad de asumir el hijo sea vivida como un derecho sagrado, como la más bella manera de participar del proceso de la creación y expandir las semillas de la vida.
Más allá de los muros de la biología molecular y de la religiosidad dualista
Todo este problema de salud pública en las sociedades de hoy no tiene solución posible desde la óptica de una ciencia que no ve más allá de los muros de la biología molecular, o desde la religiosidad que sólo ve en esta dimensión de la vida una preparación para la vida eterna. Nos negamos al presente. Entonces la vida, la esencia, no se puede convertir en genuina existencia. Vivimos desde el pasado para el futuro y la prisa enerva nuestra psique y nuestra fisiología
¿Y si sonriéramos, nos relajáramos un poco, dejáramos de lado prejuicios en nombre de Dios, de la religión o la ciencia, y simplemente sintiéramos nuestra humanidad? Nada más.
Podríamos a lo mejor descubrir que en nosotros existe una biología de la muerte cuyo propósito es paradójicamente conservar y renovar la vida. Esta biología utiliza la muerte celular programada, la apoptosis y que cuando fracasa esa forma de muerte silenciosa se pone en riesgo la vida. La vida está hecha de muerte. La muerte no es la negación, ni el fin de la vida como el nacimiento no es su comienzo. Nacimiento y muerte son sólo las riberas de una única corriente, la vida, que nos une a esa gran corriente de conciencia que es la creación. Y esa creación en el hombre descubre el fuego. Encendemos el leño de la vida y en nosotros habita el fulgor de un fuego interior que irradia y embellece la vida.
Humanizar la vida
a) El aborto, una oportunidad para aprender.
El del aborto, como todos los grandes desafíos del ser humano, no es un problema por resolver sino una preciosa oportunidad para aprender que, al fin, es lo que cuenta en la vida. Uno no e lleva nada a la otra vida, más que las lecciones aprendidas. Y las
lecciones esenciales son las del amor.
Estamos entonces frente a una situación que involucra nuestra humanidad y esa expresión de la naturaleza en nosotros que es el amor.
Si lo definiéramos desde esa dimensión de la religión universal que nos habla del Dios del amor, ya estaría el problema fundamental resuelto: estamos todos absueltos, donde hay amor no hay juicio. Y el error es el mejor de los maestros cuando estamos dispuestos a aprender la lección. ¿Y cual lección hemos aplazado? Les dimos a los hijos más de lo que nos pedían y menos de lo que realmente necesitaban. Luchamos tanto por su bienestar material que al fin de cuentas en su adolescencia ya estaban tan familiarizados con una cultura de muerte, sexo sin amor y violencia, que no podemos menos que constatar los frutos y decirnos “pero si lo que necesitaban era un poco más de nosotros, de nuestra coherencia y nuestra vida” Nunca es tarde para dar sinceramente aquello que vinimos a dar. Cosificamos la vida y ahora es la oportunidad para entregar desde nuestro ejemplo la vida.
b) La vida necesita el músico del alma
Si lo definiéramos desde la biología, podríamos saber que la genética es el resonador pero no la música y la vida necesita el músico del alma. Necesitamos una biología y una medicina con alma, no por ello menos científica. Aprenderíamos a leer en otro contexto el mundo de las células y las moléculas, veríamos en nuestras células germinales y en las bibliotecas genéticas evidencias claras de la continuidad de la gran corriente de la vida antes y después de nuestros cuerpos. Estudiaríamos científicamente el amor, la esperanza, la paz en el seno del cuerpo, aprenderíamos mucho más de la biología del amor y la de la muerte y, así al reconciliarnos con la muerte por su presencia constante en la biología, nos reconciliaríamos con la vida.
c) No hay mayor reconciliación que perdonarse
Reconciliación. Nada hay más mortal y terrible que el complejo de culpa. Es un complejo malsano que lleva en última instancia a la infelicidad y al autocastigo. Dejar pasar el pasado es perdonar, pero esto significa encender el fuego del amor en presente: comprender. Aprender la lección. ¡Como si aprender fuera encender de nuevo el fuego del amor en el corazón! No hay responsabilidad mayor y más grata que la de perdonarse, reconocerse, aceptarse porque eso nos lleva a amarnos. Y sólo cuando amamos podemos dar amor.
c) El aborto no sería problema si fuéramos humanos: en la nueva tierra el sexo será instrumento del amor.
Por último pero no lo menos importante, el aborto no sería un problema si fuéramos humanos, si desde la vida hubiéramos realmente enseñado a nuestros hijos a amar. Viendo los míos creo sinceramente que son más felices, más auténticos y más sanos que nosotros. Con todos sus errores, tal vez por el aprendizaje que en ellos viven, la de nuestros hijos y nietos serán las generaciones de la nueva tierra. Una tierra en la que el aborto no ha de ser un problema porque el sexo será un instrumento del amor. Y el amor es por definición responsable. Vendimos a la mujer como una mercancía, llenamos la televisión y el mercado con mensajes que decía poco más o menos que ellas eran mercancía y el sexo un artículo de consumo. Bombardeamos a nuestros hijos precozmente con mensajes de muerte y de poder y de placer como si estos fueran los móviles de la vida. Y ahora nos quejamos de su irresponsabilidad. Ahora se trata, como en la economía, de aprender, de nuestra caída, vida Y honrar esta corriente de vida que nos permite la magia de ser concreadores, continuadores de la obra de Dios y no sentirnos mejores o peores sino simplemente humanos. Humanizar el sexo para que no quede reducido a una adición genital, humanizar las relaciones, practicar la ciencia sublime del amor, del servir, para honrar la vida.
.
INVESTIGACIÓN Y BIOÉTICA
Texto
El espíritu de la síntesis es esa nota de fondo que recorre, integrándolos, todos los aspectos de la vida humana en esta época demarcada por el derrumbe de los antiguos fundamentalismos y la disolución de su inherente condición reduccionista y separatista.
Que nuestro partido sea el de la unidad en lo esencial. Que el arte, la ciencia y la religión sean la bella expresión de esa unidad, una humanidad, sustentada en el respetuoso reconocimiento de una diversidad ética y cultural que, en lugar de dividirnos, ha de enriquecernos y completarnos.
Que no sea la medicina un proyecto de protocolos sin humanidad y nuestras terapias estén de veras dirigidas a la vida. Que en nuestra religión prevalezca el amor y nuestra filosofía no excluya nuestra humanidad. Que la paz no sea el disfraz de la injusticia
(Jorge Carvajal Posada, Médico e Investigador, creador de la Sintergética).
miércoles, 15 de septiembre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario