martes, 26 de marzo de 2013

El poder de PODER



Querer es poder, si, pero ¿si no queremos lo que ya tenemos cómo pretendemos tener cuanto queremos?



La talla de la madera había sido el hobby de Juan Manuel y la laboraba con la misma tenacidad y paciencia con la que había esculpido sus empresas y su vida. El auto-transplante de medula controló temporalmente las metástasis óseas, y pudo de nuevo sonreír, dormir, soñar. Había rescatado el infinito poder de poder y, con una sonrisa amplia, me respondió a la pregunta que una vez le hiciera sobre las lecciones aprendidas, que el mayor aprendizaje en su proceso de enfermedad fue descubrir el milagro que es poder voltearse cada noche en la cama sin experimentar un terrible sufrimiento.



Moverse sin sufrimiento había sido para él una lección mayor que la de los grandes desafíos. Maltrecho aún por los efectos de su enfermedad, pudo crear e inaugurar nuevas empresas, para saber - en vivo y en directo- que la empresa mayor es la de la vida. Muchas veces pensé que su dolor, más que óseo, era ese dolor de humanidad, que advertía en sus ojos cuando soñaba aliviarse para generar nuevas fuentes de trabajo. Le dolían las familias sin oportunidades para llevar una vida digna, le dolía la violencia, la injusticia, la adicción. Pero su dolor no se quedaba en un lamento, era esa fuente del movimiento solidario que lo llevó a consagrar toda su vida a impulsar, desde sus empresas, la gran empresa de la vida.



Aprendí de Juan Manuel que el poder económico no es la más importante fuente de poder. En su lecho de enfermo me enseñó lo que sólo se puede enseñar desde la vida: Que pensar, sentir y hacer desde la integridad del ser son la esencia del poder. Aprendí que se puede disfrutar tanto de ejercer los derechos como de cumplir con el deber y que tolerar, respetar, acompañar, amar, generan un poder interior que es liberador. Aprendí de su proceso de muerte que el derecho de morir con dignidad es tan importante como el derecho a la vida y que habitar en el cuerpo no puede ser menos especial que liberarse de él, pues, a fin de cuentas, nacimiento y muerte son tan sólo dos riberas en la gran corriente de la vida.



El pensamiento es esa matriz de la que van naciendo sueños, acciones y palabras.



Hay un poder que viene de la capacidad de soñarse, un poder que da el ser capaz de transformarse. El poder de vivir la realidad que da al ser humano el potencial de realizarse.



Cuánto tenemos? Cuánto valemos? Cuánto somos? Tenemos cualidades que valen más que todas las cantidades porque, aunque no produzcan dividendos, dan sentido a la vida.



Nos dan poder real las posesiones? ¿Hemos tomado posesión de lo que llamamos nuestras posesiones? O las poseemos, o nos poseen. La renuncia al pasado da vida al presente. La plenitud sólo puede surgir de la capacidad de hacer el vacío.



El poder del poder subyace en el poder de ser. El poder de tener lo da el tenerse. El poder mayor del ser humano, es su capacidad de responder. La vida nos dio poder para corresponderle. Sólo nos corresponde sanamente aquel poder por el que de verdad podemos responder.



Son vanos los poderes que da el poder de poseer sin poseerse, el poder de retener sin contenerse, el poder de conocer sin conocerse. No conducen a la realización el poder de los sentidos sin sentirse, el poder de hablar sin escucharse, ni el poder de la sexualidad sin amor. El poder del poder vive en el ser.



Las posesiones que nos poseen sólo pueden ser prisiones. Si el ser está de veras en lo que tiene, se libera. Si la esencia del hacer es el mismo ser, en cada acción la vida se recrea.



Juan Manuel no luchó a muerte contra la muerte, pues vivió su propia muerte con esa misma integridad de quien sabe que el de empresario o de gerente es sólo un rol pasajero en la empresa permanente de la vida.



Jorge Carvajal

lunes, 18 de marzo de 2013

Emociones y salud III - De EROS a LOGOS



La sabiduría ancestral de la medicina tradicional china no separa el universo de las emociones de la realidad física del cuerpo. Cada órgano es la materialización de una corriente de energía inteligente, que comprende desde la expresión emocional hasta la función síquica. En esta cosmovisión, el miedo afecta el riñón, la ira altera la función normal del hígado y el exceso de alegría desordena el corazón. La tristeza puede también afectar la función del pulmón y la obsesión al bazo. Parecería una creencia arbitraria, pero el inmenso valor práctico de mirar la mente y el cuerpo, no como una dualidad, sino como un campo unificado de conciencia, ha puesto hoy sobre el tapete la necesidad de integrar las antiguas cosmovisiones a nuestra visión occidental, en una visión integral que restaure esa unidad, que un día parecimos perder entre los detalles de las super-especializaciones.



Nada está separado de nada, lo que vemos es una emergencia de una red cuántica densamente interconectada, cuya consecuencia es la conectividad entretejida de los organismos vivos. Y el hombre es la cúspide de esa maravillosa conectividad, en la que todo se relaciona con todo lo otro y cada parte es un reflejo de la totalidad. En cada espacio del vacío, el programa del universo. En cada célula, el programa del organismo completo. En esta perspectiva, no hay enfermedades locales, todos los síntomas son manifestaciones de una alteración sistémica. La ciencia de los sistemas nos enseña a ver el organismo como un conjunto de componentes indivisibles, comunicados armónicamente entre si.



La clave de la salud de individuos, familias y sociedades es la comunicación armónica, pues más que en un cuerpo, vivimos en nuestro lenguaje, en nuestras creencias y en nuestra cultura, al igual que en los patrones de relación entre moléculas, corrientes eléctricas y campos magnéticos. Todos ellos, son expresión de un campo unificado: la conciencia. En la vida, la conciencia se expresa a través de procesos de aprendizaje y, como si el sentido de la vida fuera aprender, las emociones mismas constituyeran un valioso método de aprendizaje.



Si pudiéramos apreciar cómo en cada emoción, con cada alegría, detrás de cada dolor, existe una lección por aprender, nos liberaríamos de la forma más sutil de ignorancia: el analfabetismo emocional. Así, en lugar de temer y reprimir nuestros impulsos, podríamos canalizarlos, descubrir que las emociones destructivas son sólo emociones retenidas, que algún día se desbordan y nos poseen; podríamos tomar posesión de nuestro potencial emocional para que, por fin, el jinete de nuestra mente pueda hacerse amigo de la bestia, el caballo de las emociones. Esta es la propuesta de una auténtica Psicología, entendida como ciencia del alma humana. En esa Psicología, ya propuesta por el psiquiatra italiano Roberto Assagiolli, padre de la Psicosíntesis, los impulsos emocionales primitivos son sólo la materia prima de emociones superiores. Eros se une a Logos en nuestro propio ego, en una especie de síntesis entre el inconsciente personal y el inconsciente transpersonal.



En esta perspectiva, el temor inteligentemente canalizado nos puede ayudar a aprender la lección de la prudencia. Cuando la ira no es reprimida ni desbordada, nos conduce, desde la autoafirmación, hasta el sentido de la justicia y el heroísmo de ese guerrero que en nosotros ha incorporado el arquetipo del noble caballero. La alegría nos puede conducir a la gracia, la gratitud y la levedad, una conquista de aquel que piensa, siente y actúa de corazón. La tristeza nos puede llevar a la profundidad interior de la serenidad y la obsesión podría ser tan sólo la materia prima de la consagración, ese estado de conciencia en que nuestra vida vuelve a ser sagrada.



Las emociones no son buenas o malas en si mismas, pues son preciosas estrategias de aprendizaje en nuestra vida.



Jorge Carvajal