domingo, 27 de enero de 2013

El poder de la PAZ



La paz es el sentimiento de serenidad y de poder que se experimenta cuando vivimos en el océano profundo del ser y no en el oleaje tormentoso del tener. La paz es la expresión de una inteligencia que trasciende el intelecto y la emoción, para despertar a la dimensión del propio corazón. La paz es como el surco de una tierra fértil donde podemos sembrar esa semilla del amor, que podrá un día madurar en el fruto sagrado de la libertad. La seguridad, la confianza, y la alegría son consecuencias de la paz.



¿Cómo tomas el desafío de cada día?. ¿Luchas a muerte contra la muerte y el fracaso? Podrías más bien fluir y gozar de la paz del aprendiz que va aprendiendo las lecciones de ese gran maestro que es la vida. ¿Compites para ser mejor que otros?.

Podrías ser tu propia competencia y resolver ser sencillamente el hombre o la mujer que, muy adentro de tí, ya eres. Si no tienes paz, no tendrás tiempo, ni posibilidad de disfrutar tus bienes, ni capacidad de gozar de los momentos mágicos que nos trae cada día. Sin paz, nada tendrá la gratuidad de la levedad que te da el rendirte a la corriente de tu vida.



Alguien decía que todas las acciones son como ceros en una gran cifra y la paz es como el dígito que les puede dar valor. Para que la paz valore las acciones de la vida, que sea la paz nuestro punto de partida. Este no puede ser otro que la aceptación incondicional, una actitud que, al generarnos paz, permite comenzar toda genuina transformación.



La ciencia de la paz es la paciencia, condición de ese sembrador que, en nosotros, persevera, pues sabe que en el silencio interno de la tierra se incuba la cosecha. La paciencia es la paz de ese poeta de la vida que, en nosotros, sabe que de la silenciosa sencillez de la crisálida puede emerger, luminosa, la belleza de las alas. La paz es con nosotros cuando no llevamos el pasado a cuestas y ser lo que somos en presente no nos cuesta.



Cuando afuera arrecia la tormenta, la paz es ese núcleo imperturbable, como ojo de huracán, en el que los más grandes desafíos se viven con la serenidad de quien no pierde la conciencia. De esa serenidad surgimos, en ella aprendemos y hacia ella podemos siempre regresar, porque es el único lugar en que las crisis, por duras que ellas sean, nos pueden enseñar.



La paz no es un armisticio, ni la firma de un tratado en el que los vencedores imponen sus condiciones a los vencidos - esta sólo es la semilla de una nueva guerra-. La paz no se tendrá que negociar cuando aprendamos que la justicia es equilibrio, que el equilibrio nace de la reciprocidad, que la reciprocidad es el ejercicio del amor y que el amor es el fruto de la justicia y de la paz. Cuando aprendamos que de la paz nace la justicia y en la justicia se recrea la paz.



Una paz sin justicia no es posible. Una justicia que no conduzca a la paz no puede ser justa. Paz con justicia es una necesidad de la humanidad, que no podremos conquistar mientras no saldemos las deudas sociales acumuladas por milenios, mientras nuestra diversidad no sea lo que enriquezca nuestra unidad. No hay paz posible donde no existe transparencia, porque la paz es como esa luz que sólo puede pasar a través de la coherencia que nos da la honestidad. Experimentamos la paz cuando renunciamos a la fricción de la incoherencia y nuestros pensamientos, sentimientos y acciones apuntan todos en la misma dirección. Sin paz, aunque las ganancias externas nos hablen de prosperidad, estaremos negando nuestra propia humanidad.



La paz, más que una adquisición externa, es materia prima de nuestra propia esencia. Cuando somos esa paz, podemos multiplicar el sagrado legado de Quien una vez nos dijo: mi paz os dejo, mi paz os doy ¡ Démonos la paz¡



Jorge Carvajal

martes, 22 de enero de 2013

El planeta de la esperanza



Calor afuera y frío adentro. Tal Vez se funda la Antártida y las aguas se desborden, pero seguimos contribuyendo al efecto invernadero. Tenemos congelado el corazón.

El Sida arrasa al África, de donde una vez salimos todos. Aunque tengamos medicamentos, parece ser más importante sostener precios y ganancias que salvar millones de vidas humanas. Tenemos congelado el corazón.



Manipulamos la economía, para que las cifras digan lo que queremos que se diga, aunque para ello destruyamos vertiginosamente la Amazonía. Tenemos congelado el corazón.



Consumimos placer, poder, pornografía, cocaína y, mientras decimos condenarlo, en realidad permitimos que su dinero oscuro contamine nuestras economías.



Se invade Afganistán y aumenta la producción de opio. La muerte repetida y cotidiana en Irak ha pasado a un segundo plano. Y las secuelas del hambre, más violenta e inhumana que todas las guerras, mata millones de seres humanos cada año.



Los océanos se recalientan, pero ni los huracanes nos despiertan. En New Orleans las aguas desnudaron la miseria que oculta la opulencia, el huracán del sálvese quien pueda ha puesto en evidencia la insolidaridad, más letal que toda guerra.



¿Podemos descongelar el corazón? Hemos desarrollado el intelecto, nuestros conocimientos se han incrementado a una velocidad de vértigo, hemos conquistado el electrón y enviamos sondas a explorar el universo. Hemos dado muchos pasos hacia afuera, pero tan pocos hacia nosotros mismos, que tenemos congelado el corazón. Además de criticar, juzgar, perseguir, creer que somos más buenos que los demás, ¿que hemos hecho cada uno de nosotros realmente por la paz?



¿Podríamos hablar de una ecología humana, una en la que nuestra diversidad sea reconocida como la mayor de nuestras riquezas ? ¿Una en la que la solidaridad sea un valor más real que todos los valores de la bolsa?



¿Podríamos hablar de una economía menos fría que la de las manipuladas cifras y estadísticas, e incluir en nuestro presupuesto, con todas las ganancias económicas, los fracasos, nuestra humanidad, los abrazos, la familia?



¿Podríamos destinar al menos lo que nos sobra para amainar la miseria de aquellos a quienes todo le falta?



La ecología de la tierra es también una ecología humana. No podemos dañar la tierra sin dañarnos, porque ella, más que la materia, es esa inteligencia viva de Gaia, la Pacha Mama que nos parió.



¿Podríamos volver a sentirnos, a vivirnos, a conmovernos con el océano y el amanecer, a sentir maravillados la danza de las aves, los peces y las culturas? ¿Podríamos mirar en la nieve eterna de los Andes y los Himalayas las crestas de las olas en el océano de la evolución? ¿Podríamos salir de la esclavitud de las cantidades y las cifras para construir una economía cualitativa en la que cuente también la felicidad ?



Qué podamos vivir de corazón, y nuestra vida sea auténticamente humana. Qué sintamos la misma savia de la vida que da vida a Gaia recorriendo las entrañas. Qué todas las culturas y las razas, como ramas del mismo tronco, podamos ascender al fruto de esa humanidad que puede compartir este bello hogar con los océanos y los volcanes, con los bancos de peces y las bandadas de las aves. Qué juntos podamos contemplar el nuevo amanecer del corazón, para que más allá de toda razón o sinrazón, sintamos que somos células de un solo cuerpo, chispas de una sola llama. Alma del alma humana.



Es ahora la hora del compartir, la hora de saber que sin contar con todos los otros va a ser imposible sobrevivir. Está involucrada la tierra toda, no sólo el planeta que se recalienta físicamente, no sólo la tierra contaminada del smog, también el planeta de los peces y las plantas, el de los tigres y las águilas, la tierra de los océanos y las culturas milenarias. El planeta de la esperanza.



¿Qué esperamos?



Jorge Carvajal Posada

lunes, 7 de enero de 2013

El poder de creer

 

Convertirse en lo que de verdad se cree, para no vivir sólo de creencias y el creer sea como arte y ciencia de ser lo que en verdad se es. Desde la escueta desnudez del ser uno no podría ya creer en esas apariencias que, al fin de cuentas, van llevando por el camino del no ser y de la dependencia.
Creer en lo que se dice, habitar en la palabra. Sentir lo que se siente y convertirse en ello. Ser en lo que se hace y disfrutar. Así la vida sale de la rutina de la inercia gris y repetida de los días vividos sin pasión. Que sea sagrada la vida, dedicada, consagrada a una causa con amor. Y la más noble de las causas es la misma vida.
El sentido de vivir es la vida. No vivimos en realidad para otra cosa que para vivir. No vivimos para trabajar, trabajamos para vivir. No vivimos para el placer, consagramos el placer a la vida. No vivimos para el poder, empleamos el infinito potencial de ser para honrar toda forma de vida.
Ser el ser único e irrepetible que cada uno de nosotros es se alcanza con esa fe que se afianza interiormente en la confianza. Es esa la profunda fe que se enraíza en el amor. Entonces, somos ciertamente quienes somos y podemos disfrutar. Un saber hacer desde el ser conduce a la sabiduría existencial, que desde la paz nos lleva a gozar la vida.
La auténtica fe no nos viene del intelecto pues se siente, se hace carne y convicción existencial. Nos convertimos en ella. Es la fe encarnada en la profundidad de una confianza que nos llega desde el alma. La vivimos cuando entregamos lo mejor de nosotros a una noble causa.
Creer es el primer paso –la mitad de la jornada- hacia el acto de crear. El alcance del acto creativo trasciende siempre al creador, revelando el potencial ilimitado de creer en lo que para otros no es posible. Se confía en otros cuando se cree en uno mismo. Se cree en la patria cuando ya se lleva adentro. Se confía en la humanidad cuando lo humano ya es al interior el río de la vida, con sus dos riveras de amor y de dolor.
El creador va a tientas, disfrutando del camino en la penumbra, presintiendo la luz y amándola, innovándola, recreándola antes de verla. Sabe que incuba la vida aunque no tenga ninguna evidencia, sabe de las certezas de la incertidumbre El creador experimenta más allá de las fronteras de la razón y los sentidos. Sabe sin conocer, siente sin tocar. Se rinde y gana. Renuncia y posee. Ama el vacío porque conoce de su plenitud. No teme de la sombra porque la sabe madre de su luz.
El creador confía, se fía de si mismo, y del Dios silencioso que lo habita Talvez no haya un esfuerzo más gozoso que el de crear. En el acto de crear no hay nada más incierto que la certeza pues nada en la vida es más evidente que la incertidumbre.
>Alejandro, Napoleón, Bolívar, San Martín, Gandhi, la Madre Teresa creyeron en lo imposible y lo realizaron. Bill Gates creyó en un software compatible cuando todos buscaban una herramienta para competir. Crear es unir opuestos para revelar la belleza de la complementariedad, es dejar de pretender que se tiene que ser mejor, cuando se puede ser único, es revelar en una nota original que no tenemos que competir cuando somos nuestra propia competencia y la podemos compartir.
Terminamos indefectiblemente convertidos en lo que creemos. Creer es crear. Vemos el mundo como nos vemos a nosotros mismos, y nos vemos según lo que creemos. Es posible verse de otro modo. Si otro en tí, que de veras es, surge en tu creencia, lo puedes convertir también en tu vivencia. Si te vives de otro modo otro mundo será posible.

Jorge Carvajal

jueves, 3 de enero de 2013

POEMA

Si para recobrar lo recobrado


debí perder primero lo perdido,

si para conseguir lo conseguido

tuve que soportar lo soportado,



si para estar ahora enamorado

fue menester haber estado herido,

tengo por bien sufrido lo sufrido,

tengo por bien llorado lo llorado.



Porque después de todo he comprobado

que no se goza bien de lo gozado

sino después de haberlo padecido.



Porque después de todo he comprendido

por lo que el árbol tiene de florido

vive de lo que tiene sepultado.





Francisco Luis Bernárdez