¿Por qué la información no basta por sí misma para que las personas tomen conciencia de algo?
Pues las causas son variadas pero generalmente se debe a que esa información no se entiende porque lo que se dice no está bien expresado, porque el lenguaje es muy técnico, porque aun siendo aparentemente comprensible nos falta base para valorar su importancia o interés, porque lo entendemos pero no lo aceptamos ya que choca con nuestra convicciones, porque una cosa es asimilarla y otra asumirla, porque aun pareciéndonos importante no nos fiamos de la fuente...
En suma, las causas suelen ser muchas y variadas pero lo cierto es que la mayor parte de la información que nos llega no nos hace modificar ni nuestra forma de ver y valorar las cosas ni actuar de manera diferente. Y es que para cambiar hay que estar realmente dispuestos al cambio. Y contra lo que la mayoría de la gente manifiesta en realidad son muy pocas las personas –pero muy pocas- las que están dispuestas a poner en entredicho sus conocimientos, creencias y convicciones. En todos los ámbitos de la vida. La inmensa mayoría se siente cómoda y no sólo no le gustan los cambios sino que muchos los rechazan visceralmente. Por eso tantos intelectuales afirman que la gente no cambia a lo largo de la vida. Y en general es verdad. Al punto de que el carácter y la forma de pensar se plasman durante la adolescencia y raramente e modifican luego. Ni la forma de ser, ni la de actuar, ni la de pensar. Salvo cuando uno vive una experiencia traumática. Entonces sí, entonces el cambio es posible. Y aun así no siempre tiene lugar. ¿la razón? Básicamente el miedo. Bueno los miedos. Algo que históricamente se ha utilizado -y se sigue utilizando- como arma de control –extensamente y sin escrúpulos- por quienes ostentan los poderes económico, político y religioso.
Porque el miedo es –lo ha sido siempre- la baza del fuerte sobre el débil. Miedos que, sin embargo, se superan con dos herramientas: la información y el libre albedrío. Porque ambas llevan siempre el conocimiento. De ahí que sean las dos armas más valiosas de las que dispone el ser humano para evolucionar en el camino hacia la sabiduría. En consecuencia, vencer los miedos no supone sólo una victoria sobre uno mismo, sobre nuestras incertidumbres e inseguridades, sino vencer a quienes lo utilizan para su propio beneficio. Una sociedad sin miedo es una sociedad libre. Bueno, pues esta máxima e especialmente aplicable en el ámbito de la salud. La inmensa mayoría de la gente-médicos y otros profesionales de la salud incluidos- ha sido “educada” con un paradigma cuya máxima es que la salud sólo puede obtenerse si uno sigue las directrices marcadas y definida por las autoridades sanitarias, depositarias del sacrosanto saber médico y únicas fuertes fables que pueden llevar a la población a alcanzar un día la Salud y la Longevidad. Un auténtico lavado de cerebro al que casi nadie ha sabido o podido resistirse. La verdad sin embargo es muy otra. La verdad es de hecho tan simple que nadie parece querer admitirlo Y la verdad es que para estar sano basta beber agua pura, ingerir alimentos ecológicos no contaminados, mantener el estanque acuoso que constituye nuestro cuerpo en un adecuado equilibrio, vivir en un ambiente libre de radiaciones y no estar siempre estresado. Basta con vivir de verdad. Disfrutando, Riendo, Amando. Pero casi nadie lo entiende. Casi nadie entiende que la enfermedad no es sino una sensación de malestar (es decir ,de mal-estar) y que basta recuperar el sentido común para volver a estar sanos cuando nos sentimos al. Por el contrario, la gente cree hoy que para eso necesita un especialista, un tratamiento, un fármaco…. Cuando no hay ningún fármaco que cure nada. Ninguno. Porque hasta los antibióticos son simplemente productos que ayudan al organismo a superar la enfermedad. ¿Por qué no se entiende? Sencillamente porque a la sociedad la han sometido a un auténtico lavado de cerebro.
DSALUD
martes, 17 de abril de 2012
viernes, 6 de abril de 2012
Nuestra Visión del Mundo
Todo cuanto vemos, todo cuanto concebimos y hacemos, está enmarcado en una visión del mundo, que determina el cómo vemos las cosas y cómo nos vemos a nosotros. Estas imágenes son la materia prima del mundo en que vivimos, pues en realidad el universo humano es más una creación interior, que un cosmos de objetos externos y ajenos, cuya acción se soporta o se sufre.
Creamos aquello en lo que creemos. Pero creer es una expresión subjetiva, del arácter de un sujeto que se va esculpiendo a sí mismo, a imagen y semejanza de lo que cree.
Este creer se recrea interiormente. ¡Al concebir el mundo nos concebimos a nosotros mismos! Y ésta puede ser a la vez una maravillosa oportunidad o una catastrófica condición. Depende sólo de nosotros. No es lo que nos hagan, ni lo que nos pase. Es lo que hacemos con lo que nos pasa o nos hacen.
Nos pueden suceder cosas que nos lleven a convertir la vida en acumulación de sucesos, pero le podemos suceder a los eventos y convertir la vida en procesos entretejidos, sencillos y llenos de sentido, porque son procesos vivos.
Estar vivos, en términos humanos, significa encender el fuego del corazón y, en un proceso continuo de transmutación, ascender a orbitales cada vez más incluyentes de la consciencia. A una escala humana, la consciencia es la clave de nuestras creencias y creaciones, de nuestra pobreza o grandeza de espíritu, de nuestras relaciones con nosotros mismos y la naturaleza.
Nuestra Visión del Mundo
Si el alma es el intérprete de la música del espíritu, el carácter es su instrumento, cuyo temple depende de tres estrategias: control, que nos permite acceder a la confianza; compromiso que nos da la oportunidad de disfrutar la vida en presente, y desafío, que nos lleva a vivir originalmente. Así afinamos el instrumento para dar la única nota correcta en la sinfonía de la vida: nuestra propia nota.
El control no es controlarse en el sentido de reprimirse, pues paradójicamente cuando más tratamos de controlarnos más cerca estamos de la pérdida del control. No es una lucha contra el viento y la corriente de la vida: es el arte de mantener la dirección desde el timón. El timón, que orienta las velas del barco de la vida para guiarlo en la correcta dirección, es nuestra visión del mundo.
Todo cuanto vemos, todo cuanto concebimos y hacemos, está enmarcado en una visión del mundo, que determina el cómo vemos las cosas y cómo nos vemos a nosotros. Estas imágenes son la materia prima del mundo en que vivimos, pues en realidad el universo humano es más una creación interior, que un cosmos de objetos externos y ajenos, cuya acción se soporta o se sufre.
Despertar es literalmente abrir los ojos a nuestra manera de ver las cosas, pues esa manera determina cómo las vivimos. Y más importante que vivir en sí, lo cual podría simplemente llevarnos a sobrevivir, es cómo vivimos. Cómo se vive, así es la calidad de la vida, su colorido, aquello que hace que vivir tenga sentido. El sentido, es también dirección, propósito, un horizonte de referencia, todo lo que puede darnos nuestra visión.
Cambiar el mundo, nuestro mundo, requiere antes que nada cambiar nuestra visión del mundo, es decir la manera en que lo percibimos y lo interpretamos, que está determinando el modo en que interactuamos con todo.
Con una correcta visión del mundo se despierta a la vida, se utiliza el polo cefálico-neurosensorial de los antropósofos, como una antena de recepción y emisión que, en el símbolo humano, corresponde al primer gran ordenador u ordenador ocular. Cuando “abrimos los ojos” descubrimos la certidumbre en medio de la incertidumbre. Nos sumergimos sin temor en el misterio interior, aceptamos nuestra fluida impredecibilidad, como la permanente impermanencia de una corriente siempre nueva y fresca. Fluimos en la propia corriente del ser.
A este fluir le llamamos control, o sentido de dirección y propósito. Se alcanza cuando descubrimos un cauce para la vida y el amor se ordena. Todo, hasta el misterio, estaba hecho de amor, a veces desbordado, triste a veces… siempre amor.
El amor cobra sentido, cuando fluye por el cauce ordenado de un sentido de vivir, que consagra la vida al amor. Ese sentido llena la vida de confianza en el presente, permite comprender las lecciones del pasado y restaura la esperanza, que es confianza en el porvenir.
La Correcta Visión
Cuando tu visión del mundo es la del miope o la del hipermétrope, el universo que miras es tan confuso como irreal. Sólo cuando el observador está a la correcta distancia puede ver con claridad.
De muy lejos o de muy cerca las cosas no se pueden ver con nitidez, las percepciones serán incorrectas y lo que concebimos ya no podrá ser real.
Entonces tendremos relaciones fantasmagóricas y no entraremos en correspondencia con la realidad. Seremos idealistas o materialistas, veremos lejanos mundos o mundos sólo cercanos; pero no podremos conciliar el paso actual con el horizonte, ni la táctica que es local, con la estrategia global.
Viviremos en una especie de disociación esquizofrénica. Así no nos podremos tampoco realizar, porque realizarse requiere entrar en resonancia con un universo real.
Que “lo esencial sólo es visible con el corazón” y “que el corazón tiene razones desconocidas para la razón”, muchas veces ya lo hemos oído. Pero el corazón es el centro del observador, no ya el corazón como bomba, sino ese núcleo ardiente en que el ser siempre vive en presente. Esta es la correcta postura para observar un mundo real.
Que no sólo mires, que puedas ver interiormente, sentir, arder, ser uno con lo que miras. Así al mirar el mundo te reconocerás. Al ver el mundo sabrás que recreas interiormente el mundo que miras. Ver es crear, cuando puedes mirar aquello que miras, desde ese lugar en que el observador es lo observado y el campo de observación. Es ese el lugar de tu paz, donde siempre brota el amor. Ese lugar es tu centro, un centro de conciencia que se convierte en centro del universo, cada vez que tu pensamiento se asocia a tu sentimiento para ser una sola corriente en ti.
Ver no es sólo mirar. Ver es ser en aquello que miras, restaurar el sujeto que crea de nuevo con su visión lo que ve, porque lo observa de corazón. Que tu visión afuera se recree en esa visión interior que nutre la creación y en cada cosa que miras te conectes al Creador.
Más allá de las apariencias, podrás en tu visión interior, intuir la cualidad y la esencia. Entonces descubrirás, que es el alma lo que por tus ojos mira y es su luz la que desvela detrás de las formas el mundo de los significados. Así vivirás en el universo profundo del observador. El alma.
Desde ese centro no podrás nada mirar sin amor, todos los seres y las cosas serán tus hermanos. Serás feliz como aquél santo de Asís que un día escuchó en el interior el lenguaje de toda la naturaleza y se hizo uno con ella. Toda genuina visión restaura ese sentido profundo de la unidad, que nos lleva a sentir la creación en el alma.
La Correcta Escucha
Para las antiguas tradiciones el sonido es el arquitecto de la creación. Todos los elementos como el fuego, el aire, el agua y la tierra están hechos con la materia prima del elemento más universal y sutil: el éter. Y el sonido nace del éter invisible. Es otra manera de decir que nace del silencio.
Para escuchar hemos de callar. No sólo dejar de hablar, sino también acallar el ruido mayor de los pensamientos que se atropellan en todas las direcciones y que nos impiden escuchar.
Escuchar es entrar en resonancia, es dialogar desde el silencio, es prestar a otro el instrumento de nuestro cuerpo, para que el eco de sus palabras regrese a su corazón y pueda así escucharse. Reconocerse.
Escúchate de todos modos. Cuando hablas, cuando callas, cuando escuchas, y sabrás que la escucha es la clave de la comprensión y ésta involucra siempre el amor. Escucha también de corazón. Allí nace el sonido del silencio, 1a música callada del alma. En la tradición hindú el centro energético del corazón se denomina Anahatta, lugar donde resuena el sonido que ha nacido del silencio, lugar en que el verbo encarnado en la palabra se convierte en corriente de vida, que nos nutre desde el alma.
Escucha de corazón y serás uno con el otro. Escúchate en sus palabras, deja que en el sentir profundo el otro sea uno contigo. Sumérgete en ese río de la vida en el que hace parte de tu propia corriente, sólo así podrás conmoverte. Conmovido, removido por dentro, podrás saber que el otro es simplemente una parte de tu propio ser, que tú eres parte de é1. Escuchar así es terapéutico.
Prestar atención es prestar el ser para que su humanidad se reconozca. Atender es la forma más universal de amar y la necesidad mayor de nuestra humanidad. Porque atender es cuidar, y cuidar, es la forma más sencilla y poderosa de amar. Cuando escuchas de verdad, amas. La escucha lleva a la comprensión la reciprocidad silenciosa del amor. Por eso la escucha humana es terapéutica.
Escuchar es la forma más noble de acompañar, de comprender, de solidarizarse. Cuando los pacientes de enfermedades terminales se reúnen en un lugar donde pueden hablar y escucharse- a este tipo de grupos se les llama grupo de apoyo- la calidad y la cantidad de vida se incrementan dramáticamente. Esto no es obra de ningún especialista, es la magia del alma que escucha la necesidad del otro. Es la terapéutica imperial del amor. No hay mejor doctor
JORGE CARVAJAL
Creamos aquello en lo que creemos. Pero creer es una expresión subjetiva, del arácter de un sujeto que se va esculpiendo a sí mismo, a imagen y semejanza de lo que cree.
Este creer se recrea interiormente. ¡Al concebir el mundo nos concebimos a nosotros mismos! Y ésta puede ser a la vez una maravillosa oportunidad o una catastrófica condición. Depende sólo de nosotros. No es lo que nos hagan, ni lo que nos pase. Es lo que hacemos con lo que nos pasa o nos hacen.
Nos pueden suceder cosas que nos lleven a convertir la vida en acumulación de sucesos, pero le podemos suceder a los eventos y convertir la vida en procesos entretejidos, sencillos y llenos de sentido, porque son procesos vivos.
Estar vivos, en términos humanos, significa encender el fuego del corazón y, en un proceso continuo de transmutación, ascender a orbitales cada vez más incluyentes de la consciencia. A una escala humana, la consciencia es la clave de nuestras creencias y creaciones, de nuestra pobreza o grandeza de espíritu, de nuestras relaciones con nosotros mismos y la naturaleza.
Nuestra Visión del Mundo
Si el alma es el intérprete de la música del espíritu, el carácter es su instrumento, cuyo temple depende de tres estrategias: control, que nos permite acceder a la confianza; compromiso que nos da la oportunidad de disfrutar la vida en presente, y desafío, que nos lleva a vivir originalmente. Así afinamos el instrumento para dar la única nota correcta en la sinfonía de la vida: nuestra propia nota.
El control no es controlarse en el sentido de reprimirse, pues paradójicamente cuando más tratamos de controlarnos más cerca estamos de la pérdida del control. No es una lucha contra el viento y la corriente de la vida: es el arte de mantener la dirección desde el timón. El timón, que orienta las velas del barco de la vida para guiarlo en la correcta dirección, es nuestra visión del mundo.
Todo cuanto vemos, todo cuanto concebimos y hacemos, está enmarcado en una visión del mundo, que determina el cómo vemos las cosas y cómo nos vemos a nosotros. Estas imágenes son la materia prima del mundo en que vivimos, pues en realidad el universo humano es más una creación interior, que un cosmos de objetos externos y ajenos, cuya acción se soporta o se sufre.
Despertar es literalmente abrir los ojos a nuestra manera de ver las cosas, pues esa manera determina cómo las vivimos. Y más importante que vivir en sí, lo cual podría simplemente llevarnos a sobrevivir, es cómo vivimos. Cómo se vive, así es la calidad de la vida, su colorido, aquello que hace que vivir tenga sentido. El sentido, es también dirección, propósito, un horizonte de referencia, todo lo que puede darnos nuestra visión.
Cambiar el mundo, nuestro mundo, requiere antes que nada cambiar nuestra visión del mundo, es decir la manera en que lo percibimos y lo interpretamos, que está determinando el modo en que interactuamos con todo.
Con una correcta visión del mundo se despierta a la vida, se utiliza el polo cefálico-neurosensorial de los antropósofos, como una antena de recepción y emisión que, en el símbolo humano, corresponde al primer gran ordenador u ordenador ocular. Cuando “abrimos los ojos” descubrimos la certidumbre en medio de la incertidumbre. Nos sumergimos sin temor en el misterio interior, aceptamos nuestra fluida impredecibilidad, como la permanente impermanencia de una corriente siempre nueva y fresca. Fluimos en la propia corriente del ser.
A este fluir le llamamos control, o sentido de dirección y propósito. Se alcanza cuando descubrimos un cauce para la vida y el amor se ordena. Todo, hasta el misterio, estaba hecho de amor, a veces desbordado, triste a veces… siempre amor.
El amor cobra sentido, cuando fluye por el cauce ordenado de un sentido de vivir, que consagra la vida al amor. Ese sentido llena la vida de confianza en el presente, permite comprender las lecciones del pasado y restaura la esperanza, que es confianza en el porvenir.
La Correcta Visión
Cuando tu visión del mundo es la del miope o la del hipermétrope, el universo que miras es tan confuso como irreal. Sólo cuando el observador está a la correcta distancia puede ver con claridad.
De muy lejos o de muy cerca las cosas no se pueden ver con nitidez, las percepciones serán incorrectas y lo que concebimos ya no podrá ser real.
Entonces tendremos relaciones fantasmagóricas y no entraremos en correspondencia con la realidad. Seremos idealistas o materialistas, veremos lejanos mundos o mundos sólo cercanos; pero no podremos conciliar el paso actual con el horizonte, ni la táctica que es local, con la estrategia global.
Viviremos en una especie de disociación esquizofrénica. Así no nos podremos tampoco realizar, porque realizarse requiere entrar en resonancia con un universo real.
Que “lo esencial sólo es visible con el corazón” y “que el corazón tiene razones desconocidas para la razón”, muchas veces ya lo hemos oído. Pero el corazón es el centro del observador, no ya el corazón como bomba, sino ese núcleo ardiente en que el ser siempre vive en presente. Esta es la correcta postura para observar un mundo real.
Que no sólo mires, que puedas ver interiormente, sentir, arder, ser uno con lo que miras. Así al mirar el mundo te reconocerás. Al ver el mundo sabrás que recreas interiormente el mundo que miras. Ver es crear, cuando puedes mirar aquello que miras, desde ese lugar en que el observador es lo observado y el campo de observación. Es ese el lugar de tu paz, donde siempre brota el amor. Ese lugar es tu centro, un centro de conciencia que se convierte en centro del universo, cada vez que tu pensamiento se asocia a tu sentimiento para ser una sola corriente en ti.
Ver no es sólo mirar. Ver es ser en aquello que miras, restaurar el sujeto que crea de nuevo con su visión lo que ve, porque lo observa de corazón. Que tu visión afuera se recree en esa visión interior que nutre la creación y en cada cosa que miras te conectes al Creador.
Más allá de las apariencias, podrás en tu visión interior, intuir la cualidad y la esencia. Entonces descubrirás, que es el alma lo que por tus ojos mira y es su luz la que desvela detrás de las formas el mundo de los significados. Así vivirás en el universo profundo del observador. El alma.
Desde ese centro no podrás nada mirar sin amor, todos los seres y las cosas serán tus hermanos. Serás feliz como aquél santo de Asís que un día escuchó en el interior el lenguaje de toda la naturaleza y se hizo uno con ella. Toda genuina visión restaura ese sentido profundo de la unidad, que nos lleva a sentir la creación en el alma.
La Correcta Escucha
Para las antiguas tradiciones el sonido es el arquitecto de la creación. Todos los elementos como el fuego, el aire, el agua y la tierra están hechos con la materia prima del elemento más universal y sutil: el éter. Y el sonido nace del éter invisible. Es otra manera de decir que nace del silencio.
Para escuchar hemos de callar. No sólo dejar de hablar, sino también acallar el ruido mayor de los pensamientos que se atropellan en todas las direcciones y que nos impiden escuchar.
Escuchar es entrar en resonancia, es dialogar desde el silencio, es prestar a otro el instrumento de nuestro cuerpo, para que el eco de sus palabras regrese a su corazón y pueda así escucharse. Reconocerse.
Escúchate de todos modos. Cuando hablas, cuando callas, cuando escuchas, y sabrás que la escucha es la clave de la comprensión y ésta involucra siempre el amor. Escucha también de corazón. Allí nace el sonido del silencio, 1a música callada del alma. En la tradición hindú el centro energético del corazón se denomina Anahatta, lugar donde resuena el sonido que ha nacido del silencio, lugar en que el verbo encarnado en la palabra se convierte en corriente de vida, que nos nutre desde el alma.
Escucha de corazón y serás uno con el otro. Escúchate en sus palabras, deja que en el sentir profundo el otro sea uno contigo. Sumérgete en ese río de la vida en el que hace parte de tu propia corriente, sólo así podrás conmoverte. Conmovido, removido por dentro, podrás saber que el otro es simplemente una parte de tu propio ser, que tú eres parte de é1. Escuchar así es terapéutico.
Prestar atención es prestar el ser para que su humanidad se reconozca. Atender es la forma más universal de amar y la necesidad mayor de nuestra humanidad. Porque atender es cuidar, y cuidar, es la forma más sencilla y poderosa de amar. Cuando escuchas de verdad, amas. La escucha lleva a la comprensión la reciprocidad silenciosa del amor. Por eso la escucha humana es terapéutica.
Escuchar es la forma más noble de acompañar, de comprender, de solidarizarse. Cuando los pacientes de enfermedades terminales se reúnen en un lugar donde pueden hablar y escucharse- a este tipo de grupos se les llama grupo de apoyo- la calidad y la cantidad de vida se incrementan dramáticamente. Esto no es obra de ningún especialista, es la magia del alma que escucha la necesidad del otro. Es la terapéutica imperial del amor. No hay mejor doctor
JORGE CARVAJAL
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